Un buen día, recordaba un extraño sueño, me veía caminando muy confiado y animoso con rumbo a la felicidad, el entorno era más que armonioso y lleno de colorido, era tan motivante aquel recorrido, que a pesar del largo trayecto que había caminado, tan largo que no se medía en metros, sino en años, no me sentía cansado, por el contrario, me sentía ligero, tal y como si mis pies fueran alados y volara en lugar de caminar; de pronto, me vi llegando a una ciudad que llevaba el nombre de Corazón, era de calles amplias, limpias, sin problemas de tránsito, pues para empezar, no había vehículos de motor, únicamente se veían parejas, curiosamente conformadas por adultos mayores, de apariencia muy saludables, todos saludaban muy amablemente, sonriendo; yo caminaba alegremente, hasta que a corta distancia pude notar la presencia de un hombre, vestía una túnica blanca que le llegaba hasta los tobillos y calzaba unas finas sandalias de piel de cordero; detuve mi marcha a unos metros de donde se encontraba, para leer los señalamientos viales y pude leer que la avenida por donde yo circulaba se llamaba Desesperanza, y las calles que formaban la encrucijada eran Asombro e Ingenuidad; al llegar a la presencia de aquel místico personaje, me comentó que se dedicaba a la espiritualidad, la contemplación y la búsqueda de lo divino o trascendente, me dijo también que me estaba esperando para responder las dudas que surgieron cuando por el camino me había enfrentado a experiencias intuitivas profundas y que pudieran motivar un cambio o transformación personal que ocasionara una pausa o retroceso en la búsqueda de lo divino o trascendente; al escuchar aquello le contesté que yo sólo iba caminando por la vida confiando en la fuerza más poderosa que había conocido y se llamaba: Amor y que me sentía seguro ante la adversidad, pues me aparaba en la fe que alimentaba a mi espíritu y provenía de Dios. El hombre preguntó: ¿estás seguro de lo que estás afirmando? Así lo creo, le contesté. El místico respondió: ¿entonces por qué caminas solo? La vida terrenal es transitoria, así como las posesiones humanas; si hablas del amor como la fuerza más poderosa que has conocido, porqué te duele el hecho que no te comprendan los que más amas, por qué no aceptas que la percepción de lo que ocurre dentro de las relaciones humanas sea diferente, incluso, opuesta a lo que tu percibes como una verdad. Lo que conoces como amor humano, suele aún no acabar de perfeccionarse para tener la trascendencia del amor divino que emana de Jesucristo.

La vida está en constante movimiento y cambio, lo que no será para siempre; las emociones, los bienes materiales y las circunstancias son transitorios. A diferencia de la vida humana, la naturaleza de Dios es inmutable. Él es “el mismo”, y en él no hay sombra de variación. La eternidad para Dios no es un período de tiempo, sino una existencia eterna, sin principio ni fin.

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