El armonioso sonido que ocasionaban las gotas de lluvia al caer sobre el tejado de lámina de la casa grande, allá, donde habitaban por cierto mis abuelos maternos Don Virgilio Caballero Marroquín y la siempre amada abuela Isabel Saldívar, a la que la mayoría de los vecinos se dirigían a ella con mucho respeto como la tía Chabela; aquel sonido en mención, alentaba la imaginación de mi mente infantil, al suponer que la espesura del bosque que cubría la montaña, pasada la lluvia, quedaría limpia, así como Dios lo había dispuesto, eso, después de que los relámpagos y truenos convocaran a los habitantes a resguardarse bajo techo, no por miedo, sí por necesidad, pues pasado el efecto del fenómeno meteorológico, conservando la ropa seca, poder seguir con sus labores cotidianas.

Qué dichoso hubiese sido un paisajista poder capturar aquella maravillosa escena campirana, para inmortalizar la herencia cultural de ese inolvidable poblado, en una época donde existía tan cordial afecto y donde ningún hombre o mujer quedaba sin el reconocimiento general, pues todos poseían un don, sobre todo, donde resaltaba su calidad humana; he de citar en esta narrativa, que lo que más entusiasmaba mi ánimo, era la llegada de las mariposas multicolores de temporada, que presurosas acudían a los charcos que se formaban en los caminos de terracería que tendían a converger en la parte central de lo que era considerada área comercial de la comunidad, sobresaliendo las tiendas de Abarrotes Caballero y Abarrotes Flores, atendida la primera por Concepción Caballero y la segunda por Oliva Flores; de estas vialidades, era la que los habitantes del pueblo conocían como El Callejón, mismo que conducía a espacios vitales muy significativos como el molino de nixtamal de doña Carmen, la Escuela Primaria Francisco A.

Cárdenas, en donde en uno de los depósitos de agua encharcados, se conglomeraban el mayor número de mariposas, mismas que a la vista subjetiva podrían emular un enorme ramillete de flores, donde en el centro se encontraban las de color café rojizo, seguidas por una línea que cerraba el primer círculo por mariposas de color anaranjado, seguidas por las de color amarillo limón y su tallo formado por las mariposas llamadas monarcas.

Qué afortunados fuimos, mi primo Gilberto, y yo, así como todos aquellos que de estar vivos presenciaron esta maravillosa obra de la naturaleza y aún la conservan como uno de los más grandes tesoros guardados en la memoria.

 

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