Ayer, después de pensar con cierta tristeza, lo difícil que resulta en ocasiones, demostrar que el amor verdadero es eterno, recordé una hermosa canción titulada “Marchita el alma”, de la autoría del compositor mexicano Manuel María Ponce; la busqué en internet y encontré la versión cantada en 1959 por el tenor Alfredo Kraus, y aunque la alusión no es precisamente apegada con fidelidad a la letra, más bien, al hecho de cómo el hombre durante su proceso de maduración emocional pasa por diferentes etapas: Cuando niño, consideró que el primer amor siempre sería la madre; ya en la escuela primaria, suele suceder que te enamores de la maestra; en la adolescencia, de una compañera de clases; en la juventud, la situación se torna más seria y buscas afanosamente enamorarte de la mujer ideal que pudiera resultar ser una amiga de tus hermanas, una vecina, o una compañera universitaria; y ya de adulto, si la madurez se completó, te defines y decides para complementar tu existencia, precisamente por aquella mujer a la que tu corazón, y no tu mente, ha escogido, digo ésto, porque si dejáramos a la mente tomar la decisión, seríamos tan exigentes, que difícilmente llegaríamos a encontrar lo que buscamos, y con ello, sólo evidenciaríamos nuestro natural egoísmo y nuestro primitivo carácter machista.
Quiero confesar, que en mi caso, fue el corazón el que decidió entregar el amor, el mismo amor que recibí de mi Padre celestial para compartirlo con mi prójimo; tal vez ésto suene muy poético; pero así lo siento y así lo digo, y por ello no esperaría que tuviera imperfecciones, mas, habría que considerar, que la otra parte de mi ser, la humana, la que es imperfecta y lucha todos los días por estar al amparo de la luz y no de la oscuridad, siempre está expuesta a tener sobresaltos, experiencias, que más que vulnerar la divinidad del amor, la fortalecen, porque nada ni nadie está ni estará por encima de la voluntad de Dios.
El amor verdadero va más allá del deseo carnal, de la pasión desbocada, de la obsesión y obstinación egoísta; amar a otra persona es el reflejo del amor que sientes por ti mismo, del amor que Dios Padre tiene por sus hijos.
Al término de esta narrativa, escuchó al mismo Alfredo Kraus interpretar la canción “El día que me quieras” cuya música es de la autoría de Gardel y la letra de Alfredo Le Pera, y pienso, dentro del contexto espiritual, en esa abrumadora desesperación de sentirse amado con la misma intensidad con que se ama.
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