En el pequeño jardín de mis anhelos, todos los días soy testigo de un milagro, y me esmero en creer que formo parte de su ocurrencia, porque Dios confía en mí, pues me ha dado la gran tarea de velar por la esperanza de vida de cada una de las plantas que llegaron a mí.
En el pequeño jardín de mis anhelos he plantado amistad pues todo lo que se me ha dado con ese fin, no debe morir por la indiferencia, el desamor o la falta de conciencia por una vida que se nos dio en custodia.
En el pequeño jardín de mis anhelos he procurado mantener viva la pasión y he visto cómo a pesar de los embates de la intensa sequía o el inclemente calor, las plantas se aferran a la tierra, pidiendo que lo que no les falte sea el amor.
En el pequeño jardín de mis anhelos se regocijan mis ojos al ver el esplendor que emana de la gratitud de cada flor que con su aroma y bello color alegran los días que me concede mi Señor.
En el pequeño jardín de mis anhelos, descanso de mis penas y desvelos, de preocupaciones y recelos, porque es tanta la alegría de ver cómo la mano de Dios hace que de la nada brote la vida.
En el pequeño jardín de mis anhelos, me siento humildemente grande, al recibir el consuelo de cada flor, que juntas, integran un espectro multicolor para decirme que el milagro de la vida es un don de Dios.
Y la lluvia empezó a caer, y con ello, lo verde fue más verde, y renovó la esperanza de encontrar en la alabanza, el camino redentor.
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