“Si volteas para tratar de verte a ti mismo, sólo encontraras tu sombra, y eso ocurrirá sólo cuando haya luz suficiente en tu camino” (sbc).
Me veo, estoy y sigo aquí, mi mundo es tan grande o tan pequeño como quiera verlo, más no pasa desapercibido el hecho de que esa visión muy mía, suele aislarme, en ocasiones, del mundo de los demás. Hasta ayer veía a mis hermanos de la misma manera que los veía en el pasado, ni más jóvenes, ni más viejos, solamente veía una estructura anatómica constituida, entre otras cosas, como coloquialmente se dice de carne y hueso, animados, sí, cada quién por su manera de ser de siempre, un tanto alejados de su versión original, e imagino, que ellos a su vez ven en mí lo mismo, una entidad familiar, que ha vivido y vive su vida de la manera que se ha permitido, con avances, retrocesos y pausas, con más cambios físicos actualmente, pero que no inciden en su percepción sobre quién soy y lo que he significado en su vida.
Ayer no vi mi sombra, ni la sombra de mis hermanos, reunidos con motivo del Día de las Madres en la casa de nuestra progenitora, tal vez, la ausencia de la misma se debió a que la luz que iluminó e ilumina nuestras vidas, se encuentra reteniendo su propia luz, para que más que reflejar su sombra, nos percatemos de que su anatomía y el espíritu que la anima, sigue estando presente aquí y ahora.
La otra sombra, la de nuestro yo personal, podía reflejar ante la luz de nuestro entendimiento, nuestros miedos y nuestros deseos, tratando de rechazar u ocultar aquello que no nos agrada de nosotros mismos y no nos agrada de los demás, pero que no pueden incidir en una verdad que nos define como únicos dentro de una familia, de ahí que, un destello de gloriosa luz, iluminó mi espíritu en tan trascendente reunión, para volver a encontrarme con todos mis hermanos a los que amo y siempre amaré.
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