De lo que me gusta de ti, dame un poquito, aunque después, ya no me des nada, porque tal vez nada merezca; dame pues una mirada, así, como las de ayer, cuando la luz de tus ojos me atraía tanto para absorber la energía que despedía tu ánimo de mujer enamorada y se podía ver tu felicidad y la mía refleja en el espejo de tus bellos ojos; dame un segundo de alegría, así, como cuando tu sonrisa me decía todo, que te daba gusto que llegara, que estabas ansiosa por que te contara mi día a día, así, cuando yo podía escuchar latir tu corazón de niña brincando de gozo, esperando un regalo de parte mía y yo te ofrecía de mis labios el beso cariñoso de un esposo, que agradecía a Dios por tanta dicha.

De lo que no te gusta de mí, amada mía, dame el perdón anticipado, por no ser lo que querías para ti; sí, lo sé, el que ama debe de saber entregarse sin esperar más allá de lo que obsequia la mujer que tiene un corazón tan bondadoso, y se da por igual a todo aquél que ama, un corazón como el de María, la madre de mi Señor, lleno de amor y misericordia por todo aquel que la necesitara y la buscara para interceder ante su hijo Todopoderoso.

De lo que no quisiera ser, como ahora soy, tan imperfecto y posesivo, así lo reconozco, pero no me llames mentiroso, porque si decirte que te amo fuera una mentira, hubieras conocido en mí al otro hombre, al que sólo buscaba ser comprendido para callar el dolor que lleva en el alma, al pensar que nadie más que Dios, podría amarlo como él quería.

De lo que hoy me queda de inspiración, la presente narrativa no conlleva una lección particular que cause en forma merecida una condena; conlleva un enfoque universal que aplica para todo hombre o mujer, que dejándose llevar por un pasado tormentoso, se le olvida, que aquél que le dio la mano salvadora cuando su barca estaba por naufragar y se ahogaría, nunca lo dejaría de amar, por amarte y quererte solo mía.

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