Todos los días aprendemos algo nuevo o reforzamos nuestro conocimiento sobre los valores y derechos de los niños, sobre sus prioridades y su libertad de expresión. Hace un par de días, mientras elaboraba mi colaboración para el periódico, escuché a una de mis nietas discutir con sus padres sobre el cumplimiento de una cita con un profesional de la salud de los niños; los padres le recordaron el compromiso y la niña expuso los motivos por los cuales no deseaba acudir a la mencionada cita, conforme se iba haciendo más áspera la comunicación, y se evidenciaba el ejercicio de la autoridad paterna, ella empezó a reforzar la defensa de los argumentos que apoyaban su decisión; cuando ya no le quedó ningún recurso verbal, modificó su conducta, pasó del diálogo participativo, al enojo, la frustración se apoderó de ella y ante la impotencia de lograr ser escuchada soltó el llanto. Aquel evento emocional donde se pone en evidencia una presunta violación de los derechos del niño  no me resultó extraño, pues es frecuente que durante la consulta, algunos padres de familia soliciten que no se le prescriban medicamentos tomados a los menores, argumentando que no les agrada el sabor de los medicamentos o que batallan mucho para hacerlos que los tomen; cuando se trata de menores, en edades que pueden expresar sus deseos, éstos por lo general rechazan el uso de la vía inyectable en la administración de los fármacos; en lo particular, trato de ampliar la explicación a los padres sobre los aspectos traumáticos de esa aplicación y sobre las indicaciones precisas  sobre el uso de esta vía.

Considero de mucha importancia, hablar con los padres sobre la autonomía de los menores en cuestión de salud, desde luego, cuando dicha autonomía es otorgada por los padres, conforme los niños puedan tomar sus propias decisiones, pero es necesario velar por no vulnerar el derecho del niño cuando éste explica los motivos por los cuales difiere de la opinión de los padres en el caso que nos ocupa.

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