Cita una frase popular  “recordar es vivir”, pero no se puede vivir en el pasado, puedes sonreírle a los recuerdos, pero en el presente, en ocasiones el sonreír dejará entrever un dejo de nostalgia, porque puedes acudir a los lugares donde fuiste muy feliz, pero notarás que todo ha cambiado, incluso, tú no eres el mismo y las personas que te acompañaron en el pasado, algunos ya se habrán marchado a otra dimensión, otros, habrán cambiado de domicilio, y de los seres amados más cercanos que aún siguen temporalmente a tu lado, poco quedará de la actitud del ayer, poco del mismo interés por estar contigo y  menos interés de compartir la proyección gozosa de tus emociones, cuando tu espíritu que no envejece, evidenciaba y sigue evidenciando el asombro que estimula la fantasía que aún vive en ti.

Quien no ha vivido las mismas experiencias, difícilmente podría imaginar la influencia que ejerce estar en un entorno, donde al cerrar tus ojos, aún puedes ver al niño, al adolescente o al joven correr por las calles, encontrarse con sus amigos en una esquina, emocionarte con las historias contadas por grupo del barrio, o entusiasmarte con los planes a corto y mediano plazo que se gestaban para disfrutar la vida en compañía de esos maravillosos seres humanos.

El viernes pasado, María Elena y yo acompañamos a una de nuestras hijas y sus hijos a realizar un trámite consular a Monterrey, animado por  ella, acepté, más le hice la observación, que el motivo del viaje no sería de placer, ni de descanso, ellas estaban consciente de ello, pero la verdad es que deseaba compartir responsabilidades con nuestra hija, y el hecho de acompañarlos le hacía sentir bien, pues aportaba un factor agregado a la seguridad de la familia. Aclaro que cuando la planeación corre por mi cuenta, los viajes cortos de esta naturaleza son con fines recreativos, de ahí la diferencia de los factores que pudieran adelantar o retrasar la obtención de éxito de la encomienda prioritaria; como el tráfico carretero, el restringido tiempo para cumplir con la cita y las paradas obligadas para satisfacer necesidades básicas; yo me propuse a no dejarme influenciar negativamente por ninguno de estos factores y así fue, pero había otros que no dependían de mi voluntad, sino de la visión que tenían mis amados nietos de lo que en particular ellos querían lograr de aquel viaje; fue así como  vi en mi nieta  Andrea, a una adolescente que solicitaba respeto para su forma de pensar y hacer; en mi nieto Emiliano, a un adolescente con urgencia por llegar a la adultez y en esa evolución buscaba blindarse contra los efectos de vulnerabilidad causados por las variables  sentimentales generadas por sus hermanos y por su madre, asegurando que él no caería en provocaciones de ninguna índole, utilizando como frase anti chantajes,  “me vale”;  en mi nieto mayor Sebastián recientemente  estrenado como adulto joven, quien defiende a capa y espada su verdad, evidenciando la rigidez de su carácter autoritario y siempre estando a la defensiva, pero consiente de sus necesidades y de la dependencia para resolverlas. Nada me asustaba de esos cambios de su actitud, al pasar de niños a adultos jóvenes, pues de alguna manera, me recordaron esas etapas en mi propio desarrollo, pero sí me preocupaba el desplazamiento de los valores que sustentan la personalidad de las personas de bien como el respeto, la equidad, la humildad, la solidaridad; más mi espíritu permanecía tranquilo, pues la mano derecha de Dios estaba sobre mi hombro derecho, y a mi mente llegaban sus sabias palabras: Así como tú no estás solo, ellos no están solos, tú me tienes a mí y ellos te tienen a ti, y a través de tu espíritu, mi Espíritu les hará conocer la verdad.

“El amor no es envidioso, ni jactancioso, ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad” (Corintios 13: 4-8).

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