“Gracias sean dadas a Dios –dijo El Cautivo- por tantas mercedes como le hizo; porque no hay en la tierra, conforme a mi parecer, contento que se iguale al alcanzar la libertad perdida” (Miguel de Cervantes: Don Quijote de la Mancha)

El miedo asecha, y la incertidumbre es como leña seca para el fuego, quien ha disfrutado de la libertad y no lo ha asimilado, por darle mayor peso a la apatía y al desánimo, al que se ha abandonado a sí mismo y ha entregado su voluntad a quienes aparecen como falsos mesías, los que duermen el sueño de una abundancia dosificada  y condicionada  a entregar su dignidad; tendrían que pagar un alto precio por sus frustraciones, porque al final del camino, no encontrarán la luz que los guíe, en la oscuridad.

Un día, cuando mis nietos eran aún unos niños, me preguntaron qué era la libertad, preferí contarles una historia sobre unas aves que se habían arriesgado a perder su libertad, al parecer motivadas por una ilusión de abundancia inexistente; la narrativa de la anécdota es la siguiente:   Era la segunda ocasión en la que había tenido que rescatar a una pequeña ave atrapada en el cuarto de lavar de mi humilde hogar, curiosamente, fue mi hija María Elena, la que asustada, corriendo, me vino a avisar sobre el acontecimiento; sí, realmente asustada, porque temía que estas hermosas criaturas, en su intento por escapar, pudieran lastimarse.

En la primera ocasión se trató de un Colibrí, que por cierto, tal vez no había sido el mismo, que en otra ocasión igual, había equivocado su vuelo y quedó atrapado en el mencionado espacio, subí por una pequeña escalera de aluminio y, sin más movimiento que estirar el brazo, lo tomé en mi mano, pero antes de liberarlo, mi hija me pidió se lo mostrara y ante la belleza de aquel  ser, decidió tomarle una foto, pero como sólo asomaba la cabeza entre mi puño entrecerrado, decidí abrir la mano y la avecilla se quedó quieta por un rato en la palma de la misma,  y al sentirse liberada y desprovista del calor de mi cuerpo, alzó  gustosa el vuelo.

Poco después sucedió de nuevo, como si se estuviera retrocediendo una película ya vista, mi hija, me llamó de nuevo, igualmente asustada, y me pidió la rescatara, subí por la misma escalera, extendí mi brazo, y tomé en mi mano, a la igualmente asustada ave, en esta ocasión, no era un colibrí, era un pequeño gorrión, al que suavemente, con el pulpejo de mi dedo índice acaricié hasta que sentí que se calmó, de nuevo, María Elena, me dijo que la mantuviera en mi mano por unos momentos, porque deseaba tomarle una foto, y así lo hizo, después abrí el puño y el ave salió volando con tal desesperación que dejó en la palma de mi mano dos pequeñas plumas de sus alas, eran tan hermosas que decidí guardarlas; un par de horas después llegaron mis dos nietos varones: Sebastián y Emiliano, les comentaron el suceso y fueron a confirmar el hecho conmigo, se les mostró la foto  donde aparecía el ave asomando su cabeza  por la parte superior de mi puño y al unísono me dijeron: ¿Dónde está? les respondí, donde debe de estar, gozando de su libertad; ambos se pusieron tristes, porque supongo deseaban tener con ellos al gorrión, y tratando de consolarlos les dije: No estén tristes, el gorrión les dejó un regalo, y les entregué a cada uno la pluma que había guardado, el mayor dijo ¿Una pluma?, sí, le contesté, pero no es una pluma cualquiera; Emiliano el menor de ellos exclamo: ¡Es mágica!, le contesté, sí, es mágica; cuando ustedes entiendan el verdadero significado de la libertad, comprenderán la importancia de ese par de plumas, seguro estoy, que al igual que el gorrión, dejarán una que otra pluma en las manos de sus padres, que con dolor, abrirán sus brazos para dejarlos partir en busca de su destino, deseando que en éste, puedan tener la libertad de escoger el mejor camino y no quedar atrapados en una mentira que los vuelva esclavos para siempre.

No sólo de política vive el hombre.

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