Qué maravillosa oportunidad se nos presenta este día: ¡Iniciar una vida nueva! La pregunta que muchos se harán será: ¿Pero cómo comenzar una vida nueva?

La Semana Santa, pudiera significar para muchas personas sólo un evento que nos recuerda la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, donde los hombres y mujeres de buena fe, habrán seguido la tradición cristiana con el fervor que emana de su corazón; para otros, la oportunidad de disfrutar de un período de vacaciones, que entre otras cosas, servirá para bajar el nivel de estrés cotidiano, olvidando un poco las preocupaciones; y habrá algunos, para los que la Semana Mayor no signifique nada, porque viven día a día su propia realidad, en aparente ausencia de todo sentido espiritual. La buena noticia es que Dios tiene el mismo amor para todos, y ha destinado un tiempo de conversión para cada hijo suyo.

Cada uno de nosotros, habremos de vivir la maravillosa experiencia de conocer a Jesús, y por increíble que parezca, así nos llegue como una dulce reconciliación espiritual, o como un amargo evento, que en apariencia nos haga dudar aún más de su existencia, en ambos casos, la presencia del Señor, nos guiará por el camino de la luz, para maravillarnos con todo aquello que nos hemos negado a creer y que Él ha creado para allegarnos la felicidad y nuestro tránsito hacia la vida eterna.

En lo particular, he estado inmerso en esa etapa de transición por muchos años, cuando parece ser que he logrado la madurez espiritual, de nuevo encuentro en el camino otros obstáculos qué librar. Qué difícil me ha resultado renunciar a mí mismo para darme completamente a los demás, mi cuerpo material se niega a darle paso a la energía espiritual para acceder a otro nivel, me aferro  vigorosamente a mi identidad terrena, doliéndome de acciones o pensamientos que son un impedimento para avanzar, más no para dejar de seguir a Jesucristo, quien cuando observa que me voy quedando atrás, se regresa compasivamente, me pide con amor que descansemos, y empezamos a repasar todas aquellas oportunidades en las que me ha mostrado el verdadero rostro del amor y donde yo no lo he reconocido. Me recordaba en una ocasión, cuando ilusionado me aferraba yo al amor de mi nieto Emiliano, en quien podía y aún puedo ver un alma pura, aquel momento que seguramente habrán vivido muchas personas, en el que el Señor se nos presenta para darnos una lección de humildad; íbamos en el auto en aquella ocasión, por una calle de nuestra ciudad, Emiliano, acaso tenía la edad de 3 años, cuando de pronto, salió de la nada un mendigo que intentó en forma por demás imprudente cruzar la calle, motivando que yo hiciera una maniobra rápida para evitar atropellarlo; el hombre quedó frente a nuestro vehículo y me miró por unos instantes, pero mi actitud negativa, mezcla  del susto y el coraje, me hizo proferir una palabra altisonante, a lo que el niño, viéndome de una forma increíblemente misericordiosa me dijo: ¿Por qué le dices eso a ese hombre? Tratando de disculparme por mi conducta, le comenté al niño, que el hombre se atravesó de manera imprudente y pude haberlo atropellado, y tratando de que apoyara mi respuesta, le dije además que estaba muy feo; el niño me respondió que estaba equivocado, que era una persona hermosa, y me preguntaba que si no lo estaba viendo bien, volteé para ver al hombre, y éste ya se había marchado; seguimos nuestro camino, pero aquel comentario de mi nieto, se quedó profundamente grabado en mi corazón, tanto que a la fecha lo sigo recordando, y me ha permitido, con los años, buscar en cada rostro que tengo enfrente a aquella persona hermosa y buena que él viera y que por mi fe, y por la inocencia y pureza del corazón de Emiliano, puedo asegurar que era el mismo Jesús. En aquel maravilloso encuentro con Jesús, inicié una vida nueva y cada vez que tengo una experiencia espiritual inexplicable, vuelvo a nacer y seguramente, tendré nuevas oportunidades para nacer a una vida nueva, hasta que Dios consienta que me he purificado.

Correo electrónico:

enfoque_sbc@hotmail.com