Un buen día, un joven muy amado, me preguntó si creía en Cristo Jesús, sin titubear le contesté que sí; él quiso cuestionar mi creencia tomando como argumento algunas citas bibliográficas que había obtenido de Internet, lo que motivó un diálogo sobre el tema, y notando que yo no debatía con mucha energía y no percibía coraje en la defensa a mi verdad, me preguntó: ¿No se supone que deberías defender tu fe? Mi fe, le contesté, no requiere defensa, pues va más allá de la necedad de satisfacer el ego que nos caracteriza a los seres humanos. Bueno, me dijo, ya me dijiste necio, y eso, es un indicio de que no estás de acuerdo con lo que sostengo; digamos que te creo que eres un fiel creyente de que Jesús es el Mesías, dime, ¿cómo se logra serlo, si tu verdad se sustenta en lo que otros contaron sobre la vida de Jesús? En algún momento de nuestra vida, le contesté, todos sentimos un vacío en nuestro interior y se nos dificulta el conocer cuál es esa la causa, ya que se manifiesta como una indiscutible necesidad de eso que nos falta para sentirnos íntegros o completos; conforme vas evolucionando existencialmente, te percatas que lo que te falta no son cosas materiales, logros profesionales, o posiciones sociales encumbradas, que en apariencia resalten tu poder o tu grandeza, de hecho, en la búsqueda de ese satisfactor inalcanzable, a pesar de tus logros y tus victorias, te alcanzará un sentimiento de orfandad tan profundo, que te hace sentir muy desdichado, de ahí que, al sentirte insatisfecho, podrías caer en falsas y nocivas soluciones a lo que para entonces habrás definido como un problema vital. Pues bien, en algún momento de mi existir, en un espacio y tiempo extraordinarios, caí en una profunda meditación, era como caminar penosamente sin rumbo en el desierto de lo más primitivo de mi cerebro, padeciendo una tremenda sed de conocimiento, y percibiendo que no me encontraba sólo en aquella aparente soledad, pues se podía sentir la presencia de una entidad indefinible, por lo que temeroso pregunté: ¿Quién conmigo? Obteniendo como respuesta: YO SOY. El joven replicó: Seguramente eso lo leíste en la Biblia. Seguramente, le contesté, pero lo que vino después, fue la certidumbre que Dios estaba conmigo, y  eso me llenó de gozo, pues aquello que tanto busqué por tantos años, había venido a mí, cuando mi corazón más necesitaba del amor, para que se definiera la razón de ser y existir. Seguramente en un momento extraordinario de tu vida, Él llegará a tu corazón para dar respuesta a todo aquello te causa inquietud, para llenar el vacío interior que requiere de fe para encontrarte a ti mismo, como un principio y un fin en el universo.

El joven me miró mostrando una gesto de incredulidad, y le dije: Aquello que tanto te desagrada hacer, que piensas está robándole tiempo a tu vida, aquello que te impulsa a ser egoísta y malagradecido con los que te aman; será el principio que te llevará por el camino de la verdad y de la vida, cuando la semilla de la humildad empiece a germinar en tu corazón, podrás empezar a sentir y a escuchar la presencia de tu Creador, hablándote dulcemente, tan cerca, como para que dejes de dudar en la divinidad de Jesús, quien por cierto, anda en búsqueda de discípulos para que difundan su Evangelio.

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