Si me preguntaras qué quiero, te reirías de mí. Le contesté de esa manera a mi nieto Emiliano de 16 años de edad, cuando al observarlo me pareció que estaba asomándose a su interior, evidenciando un dejo de ansiedad que me hacía presentir el cúmulo de inquietudes propios de la adolescencia. Yo no quiero mucho abuelo, me dijo, solamente quisiera que entre tantas dudas sobre lo que me depara el futuro, pudiera a encontrar una luz que iluminara el camino que me llevara con certidumbre hacía lo que realmente debería ser importante para mí; sí, abuelo tengo muchas dudas y la verdad que entre mis amigos no he encontrado la respuesta, y entre mis padres, no veo la claridad que me ilumine, pues sin duda, sus preocupaciones son mayores que las mías. Aquella sincera confesión me enterneció tanto, que me acerqué a él y lo abracé, Emiliano permaneció por unos segundos callado y yo, yo también, porque tenía la sensación de tener un nudo en la garganta, de esos que se sienten cuando las palabras se resisten a salir para no motivar la salida previa del llanto. Entonces mi nieto como despertando de un micro sueño me dijo: ¿Cómo está eso de que me reiría de ti se te preguntara qué quieres? Bueno, te diré, que conforme vas teniendo más edad, los múltiples caminos que vas encontrando al paso, empiezan a converger en uno sólo, así, como los arroyuelos que bajan de la montaña empiezan a juntarse en un río y el río terminará en el océano, de tal manera, que lo único que quiere el hombre mayor, es allegarse un poco de felicidad antes de llegar al fin de su camino, la felicidad de la que suelen decir que está fragmentada y por eso se te va dosificando a lo largo de la vida, pero que en realidad es tan sólida, que ninguna fuerza humana podría fragmentarla, pero lo que sí nos impide disfrutarla,  es nuestra eterna lucha con nosotros mismos, lucha entre lo que consideramos bueno o malo, entre lo que es correcto y lo que no lo es, entre nuestra tendencia a ser posesivos en lugar de ser reflexivos y le permita a nuestro actuar ser fiel a los principios que fundamentaron nuestro origen. Te reirás de mí, porque a mi edad, en ese camino único me gustar encontrar a cada paso el amor de todos aquellos seres maravillosos a los que acompañé en su camino, a los que acompaño en el presente y a los que como tú quisiera acompañar en el futuro. Emiliano me mostró esa sonrisa maravillosa y simulando que lo reprendía por ello le dije: Ya ves, te estás riendo de mí. No abuelo, no me estoy riendo de ti, me río de lo que me parece una ocurrencia tuya, cómo crees que sólo teniendo amor puedes allegarte la felicidad, con amor no puedo conseguir el auto que tanto deseo y necesito en estos momentos, con amor, no puedo acreditar las materias que se me hacen difíciles en la escuela, con amor no puedo encontrar la paz en mi entorno, pues en todo veo la necedad de tener efectivo para lograrlo. Moví mi cabeza para mostrar mi desacuerdo con lo que decía y entonces le contesté. Te lo digo yo, que llevo más camino recorrido que tú, lo único de valor supremo que hay en esta vida es el amor y resulta paradójico saber que esa riqueza siempre la has tenido al alcance, bastaría con que abrieras tu corazón para poder ver, escuchar y sentir que detrás de aquellas respuestas que te parecen negativas hay un gran amor por ti, lo que te ha faltado es dejar de luchar contra ti mismo para reencontrarte con el Emiliano que abrazaba y besaba a sus padres, el que compartía todo lo que tenía con sus hermanos, el que le dio de comer al hambriento, el que descubrió la verdadera belleza en el prójimo, el que cuido a los enfermos, el sembrador de semillas buenas, el que no retiró la cizaña de su huerto para no cegar el trigo, el Emiliano bienaventurado que ha visto a Dios. Mi nieto amado que ha recorrido a mi lado algunos tramos de mi largo camino de conversión. Si me preguntas que quiero, te reirías de mí, porque lo único que deseo es verte feliz. “Así que, buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas las demás cosas se os darán por añadidura. No andéis, pues, acongojados por el día de mañana; que el día de mañana harto cuidado traerá por sí; bástele ya a cada día su propio afán o Trea.” (Mt 6:33-34).

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