Se me había olvidado lo sabroso que era comer un mango maduro, pero a la voz de lo de siempre, decidí tomar la fruta entre mis manos, no sin antes acercarla a mi nariz para deleitarme con su exquisito olor, y sin más, empecé a retirar la cascara con mis dedos, hasta que la pulpa quedó expuesta casi en su totalidad; no me importó mancharme, así, como me pasaba al hacer el procedimiento cuando fui niño, eso sí, lo único que extrañé fue la advertencia sobre no ensuciar la ropa y lo difícil que le era quitar la mancha de la ropa.

El acto de hacer lo anterior me recordó que aún tengo voluntad y el hecho de probar la futa de una manera sanamente primitiva y sin advertencias, me invitó a reflexionar sobre la importancia de no olvidar que en ocasiones, en nuestro afán de perfeccionar nuestra manera de vivir, vamos limitando nuestra libertad y sujetándola a las condiciones que impone un protocolo, que siempre ha pretendido que las cosas se hagan únicamente de la forma, que en apariencia, responden a un procedimiento para allegarse bienestar, más no calidad de vida.

Una y otra vez cometemos los mismos errores, el sistema le pone precio a la libertad y condiciona nuestro bienestar a la mala práctica generada por el ejercicio de un ideario que está muy lejos de ser perfecto, porque la perfección solamente puede provenir precisamente de aquellos que respetan la libertad y los derechos de la humanidad.

Al principio todo lo creado fue bueno, al paso del tiempo, el hombre, al sentirse iluminado, quiere ser como Dios, pero quiere hacer de sus imperfecciones una forma de vida sin ser objeto a ser juzgado por lo errático de las mismas, de ahí que, le es preciso crear un mundo que se ajuste y apruebe sus ideas, porque el verdadero cambio, aquel que debe de iniciar en su interior, le resulta inaceptable, porque en ello le valdría saber que ni es iluminado, mucho menos perfecto.

“No juzguéis a los demás, si queréis no ser juzgados; porque con el mismo juicio que juzgaréis habéis de ser juzgados; y con la misma medida con que midiereis seréis medidos vosotros” (Mt 7:1-2)

Quiero volver hacer las cosas que me agradaban, pero mi voluntad y mi libertad, hoy más que nunca son vistas como un privilegio y esto resulta ofensivo para aquellos que se consideran dueños de la verdad absoluta.

Mi abuelo materno de nombre Virgilio, caminaba entre los surcos de la huerta de naranjos, cuando la fatiga y el calor agotaban su energía, se detenía frente a uno de aquellos bondadosos árboles, callado los miraba de arriba abajo y como agradeciéndole el  beneficio de su comunión y como si les estuviera pidiendo permiso, extendía su brazo derecho y tomaba una naranja, acercaba su nariz a la fruta, y después procedía a desnudarla de su cáscara y sin más, con sus pocos dientes le asentaba una mordida, y el dulce jugo resbalaba por su mano, mientras otro tanto lo hacía por su garganta; así ejercía su voluntad, su derecho y la libertad de saber que el fruto de su esfuerzo le rendía beneficios y una mejor calidad de vida.

enfoque_sbc@hotmail.com