¿Emiliano, me escuchas? Ahora eres un adolescente y sí, has cambiado mucho por fuera, pero por dentro sigues siendo el mismo. Emiliano, ahora vives una experiencia maravillosa, me dices que tienes novia, tienes la misma edad en la que yo rompí con mi timidez y me atreví a decirle a tu abuela María Elena lo que sentía por ella, pero a esa edad, cuando le dije que la amaba, se asustó, porque tenía conocimiento de que a esa edad sólo puede existir el enamoramiento, ella no sabía que mi cuerpo albergaba un espíritu viejo, tanto, como no puedes imaginar; espero que tú vivas cada una de esas etapas maravillosas de tu adolescencia, sin lastimar a nadie, sin tener que reprocharte después, el no dejar que tu corazón hable en lugar de que lo haga tu mente. Recuerdo un día, cuando tenías 6 años, te platicaba que Dios tiene muchas maneras de llamar nuestra atención, desde luego, que solamente teniendo fe y estando consciente de que en cualquier momento podríamos tener esa comunicación divina, podríamos identificar la presencia del Señor; entonces, siendo evidente tu inocencia, me pediste te diera más información sobre estos hechos a los cuales se le podría etiquetar como sobrenaturales, pensé que la mejor manera de explicarle, era poniéndole algunos ejemplos cotidianos, entonces te relaté lo siguiente: En ocasiones, uno está tan cansado debido al trabajo, o tan preocupado por tantas cosas que nos ocurren a diario, que parecieras estar ausente de todo, pero cuando amas a Jesucristo, Él siempre te da energía suficiente como para mantenerte despierto, porque quiere que seas testigo de  la grandeza de amor. Uno de esos días de cansancio, llegué  a la casa y le dije a tu abuelita: necesito relajarme un poco, qué te parece si nos vamos al cine, ella como siempre tiene muchas cosas qué hacer primero se negó, pero después comprendió que realmente necesitaba estar en un lugar donde la fantasía de una película te transporta a tantos lugares y te relaciona con tanta gente, que al final te resulta placentero haber estado ahí; la verdad llegué hasta la taquilla del cine casi arrastrando los pies y mientras esperaba a que me atendieran, alguien me abrazó por la espalda con tanto amor como pocas veces lo he sentido, me volteé para ver quién era, pensando que era uno de mis nietos, pero para mi sorpresa, era un niño de la misma edad de tu hermano Sebastián, me percaté de que era un niño especial, aquellos a los que Dios suele dejarles para siempre la inocencia, lo abracé con igual ternura por el tiempo necesario como para recibir con ello el mensaje de Dios; la madre del niño me agradeció, pero el en realidad fui yo, curiosamente tu abuela no se dio cuenta de extraordinario suceso, pero yo se lo comenté más tarde. Dos días después cuando acudimos al templo a presenciar tu confirmación, tu hermano Sebastián como pocas veces lo ha hecho, se sentó a mi lado, el templo lucía casi lleno de niños, padrinos, y los padres de los que iban a recibir el Espíritu Santo, al momento de que el Obispo imponía sus manos ante la comunidad asistente e invocaba la presencia del Espíritu Santo, Sebastián me abrazó con una ternura indescifrable y sentí con ese amor la presencia de Cristo nuevamente, tu hermano permaneció en silencio, pero pude escuchar en mi mente sus palabras: “Abrázame fuerte abuelo”.

Al terminar el relato, Emiliano igualmente me abrazó y permaneció en silencio, mientras por su mente infantil se preguntaba: ¿Cómo será Jesús para reconocerlo cuando esté ante él? Y sin más le dije: Él está ahora junto a nosotros, si no lo ves, es porque necesitas creer de todo corazón, ten fe y tus ojos se abrirán.

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