Los recuerdos recientes, son como las hojas de los árboles, permanecen en ellos para nutrirlos cuando llega el tiempo de sequía, así ocurre con todos nosotros los seres del ayer, lo recuerdos se quedan, mientras necesitamos el soporte emocional, cuando los años empiezan a prepararnos para la llegada de la transición cronológica.

Se puede estar callado y no ser por cansancio, simplemente ausente, pero con la conciencia de que el aliento de vida está en automático, viendo el entorno y sus eventos cotidianos, sintiendo en ocasiones una espera afortunada, pero viviendo el infortunio de muchas generaciones.  

No, no se requiere de mucho tiempo para saber que no son los años los que traen consigo el desánimo manifiesto, es la libertad condicionada que vive la voluntad sujeta al resultado de una ecuación tradicional: alguien tiene que ceder, para que lo demás funcione. Ecuación cada vez más en desuso, no porque alguien se haya dado cuenta de que no funcionaba, sino porque no funciona en el tiempo actual, cuya tendencia es la disgregación, la individualización. Parece ser que ahora todo se resume a un: Yo soy quien quiero ser y viviré de acuerdo a mis normas; pero igual las nuevas generaciones sufrirán la misma sensación de orfandad, desgraciadamente con mayor anticipación que los nacidos ayer.

Los de ayer, no vivimos en el pasado, sobrevivimos el presente gracias a nuestra fe, vivimos en la realidad de ver cómo se desmoronan los valores, como muchos se extravían y toman un camino equivocado.

Como el primer árbol que fue sembrado por el Espíritu Creador, de todo cuanto existe en la tierra, los de ayer permaneceremos de pie, nutriéndonos con la sabiduría que emana del amor de quien es el camino, la verdad y la vida.

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