El sabio caminaba con humildad y entereza, y una niña traviesa llamada Libertad, expresó con tal franqueza lo que a su alma inquietaba; el señor que del pueblo había adquirido la sabiduría le dijo: ¡Oh!, don de la vida irrenunciable, no importa lo despreciable que sean las muestras de apatía de los que te critican, que igualmente, haciendo uso de su derecho inmaculado, que el hablar no se vuelva pecado, que las leyes tengan su valor y se respete su significado, sólo te diré unas cuantas cosas, y por mí hablará el viento inesperado.

El viento sopló con fuerza para limpiar la faz de la tierra, y la sierra lució su verde color, anunciando con ello que la tierra recuperaba su esplendor, y la naturaleza toda, por todo ello, le dio gracias a su Creador.

El viento conciliador buscaba con afán poner las cosas en su lugar, de ahí, que recorriendo toda calle y rincón de la población entera, y no habiendo ninguna objeción que desconfiara de su misión, el gran Señor del universo, convirtió su sonido en voz, y así, nadie que pudiera oír, escucharía lo que pareciera un reclamo por el ingrato proceder de aquellos que, con su perene alegato, querían romper el trato de la alianza secular; y ya entrados en la confianza, en el espacio exterior, se escuchó decir con firmeza lo que a continuación se expresa:

Mira, y mira bien por dónde caminas y a dónde vas, que tus pasos demuestren que aún tienes íntegra tu dignidad, camina siempre erguido, con la frente en alto, no con el sutil sigilo, porque en un descuido, harás tanto ruido, que te puedes delatar y caer; ya que muchos por vanidad o ambición, se convierten en el enemigo que con desmedido afán, han querido doblegar la integridad al ponerle precio a la voluntad, haciéndole creer al pueblo, que sin su inestable cercanía no podría llegar a ninguna parte.

¡Oye, tú! El que se cree dueño del mundo, a pesar de saber que sólo tienes en tu haber lo que lograste hacer con tus propias manos, sin tener en el ayer que acceder a prácticas detestable e ilegales, sin tener que pasar por encima de aquellos a los que consideraste tus enemigos, porque confirmaron con certeza y con razón, tener mucho más potencial, de ahí que evidenciaron su lucidez sin tener que deslumbrar bajo ningún reflector, porque demostraron su buena voluntad, con eficacia y eficiencia, y que tiempo atrás admiraste, sin tener cargos de conciencia.

¿Qué buscas tú, el de la ambición desmedida? ¿Acaso engañarte a ti mismo o engañar al ingenuo que piensa que no hay otra salida? ¿Qué piensan los de mente ambiciosa y cerrada, que luchan por la misma obsesión descarada, que, habiendo recibido una jugosa tajada, se ofrecen hoy de nuevo al mejor postor, cuando el mundo reclama humildad y sencillez, honradez probada y no simulada, como suele suceder cuando se logra con engaños convencer?

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