“Lo fresco siempre es agradable mientras no llegue a la congelación, pero cuando el sol calienta de más, hay que cuidar la piel, porque nada bueno puedes esperar si te pasas de tueste”.
Recordé este comentario que me hiciera mi tío Tiótimo, en una ocasión que acudí a platicar con él para que me iluminara con su sabiduría, ya que de tanto pensar y por querer siempre cumplir con lo que considero mis obligaciones, mi cerebro pareciera pedir lo dejara en modo de reposo, para no consumir toda la energía que le queda después de exigirle más de la cuenta; el cansancio siempre se va a presentar cuando nos excedemos de trabajo, y para quien ha hecho del trabajo una forma de vida, pues tratar de quitarle lo testarudo, es como pedirle peras al olmo.
Hace un par de meses, me encontré en una tienda de autoservicio con un buen amigo, quien después de saludarme efusivamente, me dijo: leo tu columna del periódico y en verdad, no me explico de dónde sacas tantas cosas para publicar; le contesté que gracias Dios conservaba aún una muy buena memoria y tenía por lo tanto, muchos recuerdos almacenados, de ahí que bastaba con el hecho de abrir uno de esos “archivos” para traducirlo en una lección de vida, en una anécdota, en una poesía, o en un cuento corto, en fin, la fuente de mi inspiración estaba ahí y seguía creciendo con todo aquello que se acumulara en el diario vivir; pero, no le dije, que en algunos momentos, el “archivo” se encontraba bloqueado, y me era casi imposible abrirlo para sacar información; por lo que cuando me ocurría eso, optaba por pedirle a familiares y amigos me recordaran alguna buena anécdota, pero, curiosamente, siempre que lo hacía, parecía que a todos se les había dañado el “disco duro”, por eso, desesperado, un día decidí acudir a mi tío Tiótimo, a sabiendas que él era un portento de las remembranzas, por lo que le solicité apoyo, sobre todo, tenía interés en cosas familiares, y como él ha participado en casi toda la historia familiar desde fines del siglo 20 y principios del 21, no dudé en que compartiera sus recuerdos conmigo, pero, arisco como es, primero me preguntó lo que estaba pasando, así que le tuve que detallar lo que me ocurría.
Él meditó por un momento antes de responder a mi amable petición, miró su aún vistoso reloj de bolsillo, que tiene labrado un ferrocarril en la cara posterior de su caja de oro de 24 Quilates y me dijo: son las 4:30 de la tarde, acabo de comer y este airecito que corre del norte, entre tibio y frío, me está ocasionando un sabroso sueñito, así es que, despiértame como a las 5:30 y platicamos; pero le insistí que me diera la información antes de dormirse, porque tenía que regresarme a Cd. Victoria para preparar el artículo y enviarlo a la Redacción; me dijo que no solía hacer excepciones, cuando el cuerpo le reclamaba dormir, era dormir; pero que sólo me iba a dar una idea y que eso sería suficiente como para reactivar mi chispa literaria, aceptando con resignación su sugerencia, entonces me dijo: Imagino que siendo mexicano y como no estás tan tiernito como para cocerte al primer hervor, has de haber visto una de las joyas de nuestra cinematografía, que lleva el nombre de ”La Cucaracha”, con cierta molestia le contesté, que aunque no fuera tan “tiernito”, la película en mención la seguían pasando en la televisión frecuentemente, así es que, seguramente hasta las nuevas generaciones las habían visto; él insistió malhumorado: ¡La viste o no!, y le respondí: sí tío, sí la vi; te acuerdas de aquella escena en que se libraba una batalla y le mataron a la Cucaracha (María Félix) a su amiga a la que apodaba “Trompeta”; le respondí sin titubeo que sí; continuó diciendo el Tío:
enfurecida por su sentida pérdida, ¿qué les dijo la Doña a sus compañeros que andaban en la “bola”?; tratando de recordar la escena le dije: les pidió a su compañeros revolucionarios que vengaran a su amiga caída; más o menos dijo refunfuñando el Tío; y prosiguió: entonces, ¿qué le contestaron sus compañeros a la Doña? pues que ya no tenían parque; y ¿qué les respondió la Doña?; en ese momento me percaté de que el tío Tiótimo me estaba tomando el pelo, y un tanto molesto decidí despedirme, pero él ya no me oía, pues llegué a escuchar sus sonoros ronquidos, ya de regreso iba meditando en el comentario de mi pariente y llegué a deducir, que lo que me quiso decir, era que si en algún momento de tu vida pareciera que ya no tienes más que decir, debes de echar mano hasta de lo que te pareciera incongruente, porque seguramente en ello encontrarás una respuesta.
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