Ayer visité a mi primera maestra, la que me enseñó lo que era amar, la que iluminara el camino por donde debería caminar, la que me protegió de mí mismo, pero sobre todo, la que creyó en mí, y sí, tuve además otros maestros, y todos dieron lo mejor de sí para contribuir a la formación de buenos ciudadanos; sí, a lo largo de mi vida tuve el gran privilegio de conocer mujeres y hombres dispuestos a compartir sus conocimientos, muchos de ellos eran apasionados, otros no tanto, pero jamás podría decir que no se esforzaron en tratar de ayudarnos a ser mejores personas.

Ayer visité a mi primera maestra, y a pesar de las circunstancias, a pesar del tiempo, abrió enormemente sus hermosos ojos al escuchar mi voz, y su mirada trataba de encontrarme en lo que para ella parecía una  densa e impenetrable bruma, más fue más grande el amor que de sus ojos emanaba, que la queja de no poder ver con claridad; por eso, y más que por un acto de inconciencia, me retiré el cubrebocas, y me acerqué aún más a ella, fue entonces que me reconoció, y como queriendo expresar su emoción, tratando de decir mi nombre, yo completé la frase que quedó en su boca y con ella mi nombre.

Ayer visite a mi primera maestra, y cuando pudo reconocerme en forma, ella no pudo decir palabra, solamente se puso a sollozar; sí, le dije, soy yo, estoy tan emocionado como tú, tanto, que me has contagiado el llanto, pero, no quiero que éste significativo y emotivo encuentro, sea un mal recuerdo para ti; tomé sus delicadas manos y aún con lágrimas en los ojos, las besé; benditas manos, todavía recuerdo cuando tomaban la mía para poder escribir, y ahora que casi no las puedes mover, las tomo para que con ellas puedas adivinar mi rostro y encontrar en él todo el amor que he sentido y siento por ti.

Ayer visité a mi primera maestra, aquella que me diera la vida. Cuánto te debo madre mía, cuánto, que viviendo la mía, no podría pagarte todo lo que has hecho y sigues haciendo por mí; dicho lo anterior, ella cerró sus ojos, sintiendo todo el amor que yo le entregué ese día, y claramente entendía que quería soñar con éste, su testarudo muchacho, que siendo duro de cabeza para aprender, no ha dejado ni un sólo día de reconocer, que si soy algo en la vida, fue gracias a las grandes lecciones que me dejó como herencia, sin la más mínima recompensa por recibir, sólo la satisfacción de verme vivir con libertad y con pasión mi vida.

Dedicado a las maestras de los maestros que con amor entregaron su paciencia y su vida por sus hijos.

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