Viajaba en el autobús de los esperanzados, rumbo a nuestro destino, en el tiempo de la mediana edad, con gusto o no, había que estar conforme, pues lo mismo el frío calaba en los huesos en los inviernos, como el calor de los veranos te hacía sentir en el infierno;  era un viaje corto de dos a tres horas, según aguantara el vetusto vehículo en el que viajábamos, según el ánimo del chofer, que malhumorado fumaba, esperando que el día llegara, porque el viaje siempre fue de madrugada. Eran aquellos viajes donde se respiraba la esperanza; profesionistas, la mayoría de los pasajeros, todos con una promesa,  que como mariposa revoloteaba en la mente, siempre pensando: Tal vez mañana me saque la lotería, tal vez, en este mes ya pueda despertar en mi cama para ir al trabajo en mi propia ciudad, con la oportunidad de despedirme de mis hijos, que siempre están dormidos y nunca ven cuando salgo para el trabajo y nunca están despiertos cuando llego de él.

Todos con la mirada fija en la nada, viendo el respaldo del asiento del frente, tratando de dormir, tratando de hacerse una idea de cómo sería ese día, pero siempre ilusionados con volver al hogar, todos preguntándose por qué la vida es así.. Yo tratando de dormir, escuchando el rechinido de los fierros de los viejos asientos, el silbido del viento entrar por las ventanas difíciles de  cerrar, oliendo el humor de tantos cuerpos, algunos con aroma de jabón, otros de sudor. Mi compañero de viaje tampoco puede dormir y me pregunta: ¿Al trabajo verdad? Así es, le respondí. Yo soy maestro de educación primaria, ¿y usted? Yo soy médico de atención primaria, contesté. ¿A qué Ejido va? Voy a la marginalidad del Mante, ahí dónde se encuentra la triste transición económica que nos clasifica en estratos sociales, dije. Bueno, dijo el maestro, igual le pagan. Yo, con profundo pesar le contesté: No, maestro, lo que hago no tiene precio, ¿y sabe una cosa? yo no podría cobrar si en mí estuviera, pero el trabajo debe tener una remuneración, pues tengo una familia que mantener, y esto, si se le puede llamar un sacrificio, pues bienvenido sea, pues el dinero ganado con honestidad no se puede rechazar. El maestro se me quedó mirando y repuso: Ser médico es un privilegio. No maestro, le respondí, mi respeto para su profesión, pues sin ustedes yo no hubiera podido subir a este escalón.

El autobús siguió su marcha, y entre rechinidos de los fierros del camión, el frío y los olores varios, todos, todos anhelábamos llegar a nuestro destino para cumplir con el trabajo, para alimentar nuestras ilusiones de que un buen día, nuestra suerte cambiaría, y que al estar en el ánimo de los que pueden y deciden, podría favorecernos para regresar a nuestra casa.

 

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