Reconocer la grandeza de las personas es una virtud, criticar sólo sus defectos, podría poner en evidencia los defectos propios. (Sbc)

Lo que nos gusta o disgusta de las personas, tiene muchos que ver con lo que nos agrada y no de nosotros mismos, de ahí que, antes de criticar los errores de los demás, debemos de hacer una introspección para  poder apreciar  con mayor claridad lo que nos impulsa a hablar mal de los demás.

Sin pretender conocer a fondo a todas las personas, los seres humanos, de primera intensión, al tener contacto con ellas, nos hacemos una idea de cómo es su forma de ser, de ahí que pensemos que puede ser agradable, tranquila, ingeniosa, bondadosa, humilde, o por el contrario, exhibir características que pudieran evidenciar un carácter desagradable, irritable, alevoso, egoísta, violento, autoritario. Pero esa primera impresión no nos podrá dar la certeza de que todo eso que apreciamos en ese primer contacto, pueda ser cierto, pues ignoramos las causas que pudieron modificar su carácter con el tiempo, por lo que es prudente no caer en la tentación de juzgar a nuestro prójimo, ya que de hacerlo, podríamos contribuir a que sea estimado por otras personas de la misma forma, pues somos muy dados a comunicar lo que apreciamos en nuestro entorno, sobre todo, aquello que llamó sobremanera nuestra atención y le permitió a nuestra mente analizar someramente y almacenarlo en el archivo de lo que es deseable compartir con los demás.

En lo particular he sido una persona reservada para hacer amigos, como todos, me dejo llevar por la empatía del primer contacto, pero me resulta indispensable la secuencia de nuevos encuentros y en diferentes condiciones, para confirmar que la naturaleza emocional de las personas que conozco está bien definida.

En una ocasión, mi mejor amigo vulneró nuestros lazos de lealtad, de inicio, me pareció una acción imperdonable, pero gracias a la buena comunicación que teníamos, antes de hacer un juicio condenable le pregunté: ¿Por qué lo has hecho? El me dio sus motivos, aunque no fueron muy convincentes, pues en ese momento lo asocié a un evento, igualmente decepcionante, que había sufrido de parte de mi padre; me di un tiempo para meditar y llegué a la conclusión que la verdadera amistad perdona todo, porque en ella está implícito el amor, y cuando se ama a una persona, en mi caso, mi corazón sólo toma en cuenta las virtudes y no los defectos, pues vi en mis ojos la viga que llevaba dentro, así es que cómo podría condenarlo.

Nadie es perfecto, nadie es absolutamente bueno, sólo Dios, quien nos invita  a través del Evangelio de Jesús a amar a nuestro prójimo, a no medir con la vara de la injusticia, porque podríamos ser medido con ella y a perdonar para vivir en paz con nosotros mismos y con los demás.

 

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