“No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo soy el que os he elegido a vosotros, y destinado para que vayáis por todo el mundo y hagáis fruto, y vuestro fruto sea duradero, a fin de que cualquiera cosa que pidieres al Padre en mi nombre, os la concederá. Lo que os mando es, que os améis unos a otros. Si el mundo los aborrece, sabed que primero que a vosotros me aborreció a mí. Si fueras del mundo, os amaría como cosa suya; pero como no sois del mundo, por eso el mundo os aborrece.” (Jn 15:16-19)

Un día, una tarde, una noche, un momento, me llevó a sentar a la orilla del camino bajo la sombra del único árbol que se encontraba en la distancia que separa al cuerpo del espíritu; sombra, luz, calor y frío, todo se conjugaba para que invocara tu sagrado nombre, con paciencia esperé ansioso tu llegada, veía hacia un lado y otro del camino y sólo apreciaba aquel viento suave y cálido que levantaba el fino polvo de la senda, bajé mi cabeza y tomé del suelo una delgada rama seca, que se encontraba tirada, y con ella empecé a escribir tu nombre y el único pensamiento que estaba en mi mente: ¿Jesús, estás aquí?, el viento suave pasó a mi lado y borró lo que había escrito, me recargué en el tronco del árbol y cerré mis ojos, fué entonces que sentí una suave presión sobre mi hombro derecho, quise abrirlos de inmediato, pero una voz que llegó a mí dijo: Sigue así, mantén tus ojos cerrados, Yo soy al que buscas y has encontrado, ¿por qué buscas la soledad para hablar conmigo? ¿Acaso no hablamos todos los días y todas las tardes y todas las noches? No hay cosa que no sepa de ti, de ahí que te digo: No te preocupes por los que dicen y piensan que no eres, yo sé quién eres, porque yo te he enviado y sólo a mí tendrás que rendir cuentas. Entiendo que te duela el no ser escuchado, entiendo cuando no te sientes amado, entiendo cuando te sientes abandonado, así tiene que ser.

Me sentí desnudo, cubierto sólo con una manta, me sentí apenado, pues una multitud transitaba a mi lado, pero parecían no verme, busqué desesperado con qué cubrir mi cuerpo, y al no encontrar cómo hacerlo, me tranquilicé, entonces dejé de sentir la presión sobre mi hombro derecho, sentí cómo el suave y cálido viento pasaba a mi lado, y hasta entonces pude abrir mis ojos y me encontré sobre mi cama, la luz del día empezaba a reflejarse sobre la ventana y aun recordando lo que al parecer sólo fue un sueño, me levanté de nuevo, sintiendo que había dejado muchas cosas tras de mí durante aquel largo recorrido. Le da gracias a Dios y seguí por el camino sembrando su semilla.

Cuando te preguntes qué te pasa, no busques la respuesta del mundo, si fueras del mundo encontrarías la respuesta que a este convenga, pregunta mejor a Jesús y él te dirá cuál es el camino, la verdad y la verdadera vida.

Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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