Hay personas ante las que uno no sabe si reír o llorar, mi abuelo Virgilio me decía: Cuídate del ocurrente, porque cuando menos lo esperas te sacará de tus casillas; pero yo siempre optimista, le contestaba: Cómo crees abuelo, esas personas dentro de su locuacidad, más que decepcionarnos con sus comentarios, nos alegran el día. Bueno, he de confesar, que apenas tenía yo 18 años cuando externé ese comentario, para entonces mi buen humor era tal, que me reía de mí mismo, aunque nadie celebrara mis chistes; pero hoy en día, ya curtido por los embates del tiempo, los estrujantes golpeteos del mar embravecido, de los estragos deshidratantes de los desiertos calcinantes, de los costosos desaciertos en las política públicas y de las burlas, desengaños y celadas de los hombres y mujeres con fuero, como que ya no me da por reír por cualquier cosa.
Pues bien, uno de esos días en que solemos decir que ni el sol nos calienta, llegó un conocido personaje a visitarme, eran los tiempos de mi compadre Badú, y que por cierto, él bautizó al ocurrente con el apodo de “El caime bien” imagínese un tipo con una personalidad parecida a la que adoptaran los comediantes del ayer “El Bartolo” de Enrique Guzmán y “El Simpatías” de Alejandro Suárez; duro y difícil de soportar y aferrado como una mancha de aceite en la ropa. El hombre sin decir agua va, se pasó como Juan por su casa a la mía, y se sentó en la mecedora que ocupaba siempre mi compadre, ayer, cuando nos poníamos a meditar sobre los temas torales del existencialismo, y que en ese momento, se excusó porque iba al sanitario, y al regreso, se encuentra apoltronado de su transporte al país de los sueños, nada menos y nada más, que al “Caime bien”. Educado como era mi buen Toño, saludó cordialmente, y el ocurrente disimuló no escucharlo, esto, para no cederle el lugar, pero, para las pulgas de mi compadrito, que con evidente enojo, empezó a contraer enérgicamente su mejilla como preludio del cambio de color de su semáforo de la tolerancia, y con simulada cortesía, quiso despacharlo por la tangente, advirtiéndole, que se nos hacía tarde para entregar un trabajo de la maestría, a lo que el “Caime bien” se anotó de inmediato a acompañarnos aludiendo que tenía todo el tiempo del mundo, mi compadre se llevó la uña de su cuarto dedo de la mano izquierda a la boca, tratando de recortar su borde con el filo de sus incisivos, lo que se traducía en el lenguaje corporal como: “Sácalo de aquí porque no respondo”. He de reconocer que en ese momento regresó a mí el espíritu del buen humor juvenil, por lo que no pude contener una carcajada, lo que provocó que mi compadre arremetiera en mi contra por mi falta de seriedad, y molesto, dando grandes zancadas, se retiró del lugar, a lo que el “Caime bien”, sin saber lo que estaba pasando le dijo: Espérame Toño, acaso nos vamos a ir a pie, yo sólo alcancé a ver el brazo derecho de mi compadre apuntando al cielo repitiendo una serie de flexo extensiones del antebrazo.
Mi sabio abuelo Virgilio me decía: Cuídate del ocurrente, porque cuando menos lo esperas, te sacará de tus casillas.
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