Mi pequeño jardín, ayer me recibió con la sorpresa de que todas las flores son de color amarillo, no tengo idea del por qué se presenta este evento, tal vez, los especialistas en floricultura podrían explicarlo, pero yo me quedé con la fantasiosa idea, de que las flores de color amarillo son la predilectas de mi esposa, y que esto pudo haber sido promovido por el comentario que me hizo ella hace unos días, en el sentido de que los rosales se empeñaban en dar rosas blancas, y las otras plantas que dan flores amarillas estaban negadas a florecer; ella se ríe de mis ocurrencias, pero, en el fondo sabe que tiene una analogía con una parábola para promover algún mensaje espiritual, porque si algo debemos de cuidar durante la pandemia, es nuestra vida espiritual, pues es relativamente fácil el perder la fe, y con ello, la esperanza de que en algún momento, todo se tendrá que estabilizar, y sólo aquellos que permanecieron firmes en el amor y tienen una visión clara de cómo ésta poderosa fuente de energía positiva es la que mantiene el equilibrio interno y externo, es la única forma de poder enfrentar con éxito cualquier crisis.

Hablando del poder del amor y la energía que emana de él, les comento, que el sábado, mientras esperaba que me llegara la inspiración para escribir el artículo de la serie Domingo Familiar, llegó inesperadamente a mi ser una oleada de sueño que me dificultaba mantener los ojos abiertos, me levanté del sillón de mi taller literario, y me fui a lavar la cara, después comí un pedazo de chocolate para que me diera energía, armonicé el entorno con música relajante y de pronto surgió en mi mente una cita bíblica, la cual utilicé como preámbulo de mi mensaje dominical; siempre busco apegarme fielmente la lo narrado en la Biblia, así es que, busqué en ella el versículo correspondiente y me dispuse a copiarlo, pero al término del mismo, empecé a sentir una sensación de calor suave en el dorso de la mano derecha, que estaba muy próxima al borde frontal del libro, pensé, que el calor emanaba del mouse, ya que cuenta con una fuente de luz propia, pero estaba totalmente frío, lo retiré del lugar y de nuevo coloqué el dorso de mi mano sobre el borde de la Biblia y seguía emanado calor, luego pasé la palma de la mano y ocurrió lo mismo, me quedé reflexionando sobre este suceso para buscar una explicación, toqué el entrepaño del librero donde suelo colocar el libro y estaba totalmente frío; decidí seguir escribiendo, y al empezar la narración con mis palabras, el borde en mención, dejó de emanar calor; he de confesar que nunca había experimentado este tipo de fenómeno calorígeno, pero como cristiano, pensé en que las citas provenientes del Evangelio de Jesucristo, son palabras vivas y como tales, al pronunciarse, escribirse o pensarse generan calor.

Todo lo anterior, podría ser sólo una cuestión de fe o la ocurrencia de un aprendiz de escritor que cada vez se sorprende del poder que tienen las palabras.

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