¿Qué dice el techo, y las paredes? Y un poco más allá ¿qué dirán las cortinas, la mesa y las sillas? ¿Qué se dice en ese encuentro fugaz, entre personas conocidas, que siendo tan familiar y amoroso, cada vez lo siento más lejano? Mis días y mis noches me las paso mirando las mismas cosas, el contacto visual que aún conservo no me es suficiente, y esta voz apagada, convertida en murmullo y queja, se queda sólo conmigo, aquí en mi interior, perdiéndose en ese espacio que nadie conoce, que sólo conoce Dios.
Tú que me miras a los ojos y no sólo al cuerpo involuntariamente inerte, que cada vez me hace formar parte de una cama, que podría sumarse a la descripción de este ingrato concepto, que de inicio, se define como enfermo y cama, pero que con el tiempo sólo distingue a la cama, porque el cuerpo pasa a ser sólo un componente de la misma. Tú que me ves a los ojos y puedes leer en ellos lo que pienso, diles lo que siento, diles, que aún no he muerto, que los necesito y los amo tanto, que los quiero tener junto a mí, que esta petición desesperada no es sólo egoísmo. ¡Oh mi Dios! Cómo quisiera poder abrazarlos, cuánto poder besarlos y acariciar su cara, cuánto quisiera poder decirles que los amo tanto, y que estoy consciente de que tienen muchas responsabilidades, de que están sumamente ocupados. Te lo digo a ti, que me miras a los ojos y puedes escuchar mi voz interior y platicar con mi alma, a ti, que pareces ausentarte del entorno, pero estas siempre conmigo, porque estás en mi corazón, alentando mi espíritu; te lo digo a ti, porque estás en mis sueños y yo estoy en los tuyos, porque sabes leer la mirada, porque tocando mi mano me transmites paz y energía. Te lo digo, a pesar de saber que nadie es profeta en su tierra, y que igual, tus palabras, no serían escuchadas, sin antes recibir el reclamo de quien, por casualidad, prestara atención a tu llamado.

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