Qué bien se está aquí, escuchando el agua del arroyuelo que corre entre las piedras, en este hermoso espacio que se encuentra en medio de este carrizal, puedo ver como el viento mueve de éste su parte más alta; en verdad se antoja cerrar los ojos, para que el cuerpo se relaje, sobre todo, porque nos espera una semana laboral donde habrá seguramente muchas necesidades de parte quienes demanden algún servicio público, y como usted, estimado lector, sabrá que el área que comprende mi quehacer profesional, demanda mucha atención, sobre todo humanizada, entonces el escuchar se vuelve la mejor herramienta para paliar las quejas de salud de los pacientes, por eso, hay que tener paciencia y buena voluntad, para que nuestra ética profesional no se vuelva letra muerta; pero sigamos disfrutando de la paz que nos proporciona en estos momentos la naturaleza, y sigamos sintiéndonos afortunados por tener aún la libertad de poder disfrutar lo que todavía no resulta ser una opción de los administradores de los bienes públicos, para generar impuestos para compensar tantas deficiencias en nuestro amado país.
Disfrutemos pues, y mira que sin desearlo, me viene a la mente una frase que le escuché decir a mi abuela Isabel a mi amada madre, allá cuando era niño, y por cierto que los niños teníamos que guardar silencio cuando los adultos discutían cosas importantes; pero cómo poder detener la curiosidad de un niño, cuando escucha cosas que no entiende, la frase en mención es: “No le pidas peras al olmo” usted aplíquela a la situación que desee, pero mi inquietud en aquel entonces consistía en saber si el olmo podía dar peras o no, y después de mucho insistir, alguien se compadeció de mí y me dijo, lo que trata de decir la abuela es que el olmo no puede dar peras, las peras las dan los perales, lo que significa, que en ocasiones esperamos mucho de alguien y jamás podremos obtener lo que deseamos, ya sea que nos escuche, nos de esperanza, o de plano nos resuelva un conflicto emocional, que de hecho está a su alcance, pero no se lo permite su forma de ser o de pensar.
Me pregunto cuántas veces le he pedido yo peras al olmo, seguramente las puedo contar con los dedos en la mano, por ejemplo: cuando niño le pedía a mi padre que jugara conmigo y siempre había cosas más importantes que atender, cuando le pedí también a mi hermano mayor que fuera mi mejor amigo, pero el buscaba entre sus amigos y no entre sus hermanos; cuando le pedí a mi maestro que me pusiera una estrella en mi cuaderno por el esfuerzo que realicé en caligrafía para mejorar mi letra, pero no lo conseguí; años más tarde, cuando les he pedido a los seres queridos más cercanos que me escuchen, pero al parecer, el escucharme no estaba dentro de sus prioridades. Hasta aquí podríamos especular que existe en mí un real resentimiento, pero no, porque he aprendido con el tiempo que cuando parece que nadie te quiere escuchar o quiere cumplirte un anhelo, resulta que lo que has recibido de parte de Dios es el regalo de saber que parte de tu misión en la vida es precisamente esa, saber escuchar y expresar lo que otros desean hacer y no han sabido cómo, de ahí en que me he convertido en un escritor que evidencia en su narrativa las virtudes y defectos de cualquier mortal.
Ya entendí que no le puedo pedir peras al olmo, pero también en que no pudo rechazar la misión que se me ha encomendado sólo por el hecho de sentir la necesidad de que también se me escuche, porque si de algo estoy seguro es que me escucha el principal.

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