Parece ser que en política sigue teniendo validez el concepto contradictorio que señala que cuando un político dice sí, en realidad está diciendo no y viceversa; válido o no, el concepto sigue siendo engañoso y por ende, refleja pérdida de credibilidad ante el pueblo de los vendedores de esperanzas. Decir que a los mexicanos nos da igual consumir demagogia, venga de donde venga, es mentira, nadie que tenga plena conciencia de lo que ocurre en nuestro país, puede sumar a su cultura, el hecho de ser sujeto de engaño.
Es posible que ningún político en el pasado y en el presente haya tenido la solvencia moral para decir la verdad, si acaso, los menos, habrán catalogado sus mentiras como piadosas, asumiendo lo que consideran que la verdad es demasiado riesgosa para mantener la estabilidad social, así es que su errática práctica en la función pública, la consideran válida por necesidad, y para salvaguardar la seguridad de la patria.
Seguramente todo lo que es considerado como origen de nuestras crisis recurrentes en el país, tiene una explicación política para justificarse y ser aceptado por las masas, podría estar de acuerdo en ello, pues si en mi entorno familiar o laboral el origen de nuestras dificultades salta a la vista, no tendría por qué señalar lo que ocurre en los más altos niveles de la administración pública, en donde seguramente, radica la madre de todo lo que genera desigualdad, injusticia y corrupción, pero donde también hay suficientes argumentos para justificar lo que acontece.
Tal vez lo primero que deberíamos de hacer para empezar a transformar la nociva situación que nos mantiene como víctimas de nuestro sistema político, sería el de unirnos todos, para erradicar la idea de que somos incapaces de resolver nuestros problemas, empecemos pues, por identificar nuestros errores en el rol que nos toca ejercer en el seno de nuestras familias, nuestro trabajo, nuestra sociedad.
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