“Sed pues misericordiosos, así como también vuestro padre es misericordioso. No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados. Perdonad y seréis perdonados” (Lc6:36-37)
Velar por la salud de todos es tarea de todos; nadie sobra en nuestro país, todos somos importantes, hombres, mujeres, niños, adultos y adultos mayores; poner atención con cierta prioridad a los más vulnerables, no sólo debe ser responsabilidad del Estado, sino de todos; que nadie, ninguna autoridad gubernamental o civil, del interior o del exterior, se tome para sí el derecho de decidir sobre la atención, la vida o la muerte de los grupos vulnerables, por el contrario, que se ejerza el derecho pleno para los más necesitados, los marginados, los desposeídos, los enfermos.
Imagino que en algunos países la sociedad se estará preguntando ¿hasta dónde podrá llegar el aparato gubernamental que los gobierna en un momento dado, en caso de que éste asunto epidemiológico continúe afectando la salud física, mental y espiritual de la comunidad? ¿No es éste un agregado más que se suma al temor que ya se experimenta en estos momentos? Seguramente que todos los escenarios probables, durante y después de una crisis de esta naturaleza, ya están contemplados en los protocolos de intervención, y no se dudaría en un momento dado en poner en práctica medidas extremas para conservar el orden social.
Es el miedo, el efecto más nocivo de esta eventualidad, de ahí que se debe de trabajar en ello, no con medidas de represión, sí de concientización para mantenernos unidos y trabajar en pos del bienestar social sin perder nuestra condición de ser humano. Quienes le apuestan a que esto se salga de control, están equivocados, porque en países como el nuestro, muy a pesar de la visión negativa que se tenga en el exterior, hay un precepto que no se perderá jamás: somos humanamente solidarios; la mayoría creemos en un poder más grande que cualquier aspiración mezquina, gestada por aquellos que están alejados de Dios, por eso, saldremos adelante, y lo haremos teniendo mayor consciencia para velar por nuestra salud y la salud del planeta.
“No tenéis vosotros que temer, mi pequeñito rebaño, porque ha sido del agrado de vuestro Padre celestial daros el reino eterno” (Lc 12:32).
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