Más allá de los motivos considerados como causantes primarios del progresivo deterioro de nuestro sistema político, como serían la ingobernabilidad, la corrupción, la impunidad, el tráfico de influencias; es preocupante el efecto que los daños colaterales ocasionan en la sociedad misma, que ha pasado de la desconfianza en sus gobernantes a la de apatía para comprometerse en solucionar la agobiante problemática, que va pasando de una crisis a otra, mismas que se van evidenciando conforme transcurre el tiempo y que denotan la presencia de un fenómeno que para fines prácticos podríamos llamar la superficialidad de la eficiencia; y es que difícilmente el pueblo podría asimilar que para llevar a cabo un proyecto transformador como el que pretende el señor Presidente Andrés Manuel López Obrador, se requiere de la unión de voluntades de todos los componente sociales, y difícilmente se puede convocar a la unidad, cuando hay persistencia en la aplicación de estrategias, que más que atender la problemática de fondo, únicamente atiende las de forma.
Nadie dijo que fuera fácil atender y resolver la problemática social de México, o que ello sólo dependiera de la voluntad de una persona y un grupo de colaboradores, que medianamente se identifican con la ideología que mueve la voluntad del primer mandatario, nos queda claro, que todos los mexicanos debemos de trabajar para consolidar, ya no digamos un proyecto de nación acorde a la visión personal de un hombre, sino a la restructuración de una cultura que busque ser el motor que impulse el progreso y bienestar de todos los ciudadanos.
El bienestar de México reside en la voluntad ciudadana y en la buena administración de los bienes de la nación.
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