Cuando se hablaba de defectos y virtudes en nuestra juventud, la definición de estos conceptos era muy clara para mí, se trataba de describir las características distintivas de una persona que podía abrirle o cerrarle las puertas en la sociedad, ya sea para establecer una relación familiar, matrimonial, de amistad, de negocios, o de empleo; pero en la actualidad, todo ha cambiado, resulta que viéndolo desde una perspectiva convenenciera, un defecto puede ser un atributo que haga la diferencia para ser aceptado dentro de un círculo sociopolítico donde se requieren habilidades especiales como mentir, relajar la moral, no limitar su conducta por escrúpulos moralistas; todo se ve desde una óptica de conveniencia para tener poder, autoridad y control de todo aquello que intervenga en procesos que beneficien exclusivamente a un grupo, que ya no necesariamente es de carácter político, más bien todo confluye hacia lo económico; seguramente los de mayor experiencia y edad, podrían estar pensando que en su tiempo se vivía la misma situación, pero se guardaban ciertas normas de secrecía para no evidenciar con ello el daño social, de ahí que yo inicié el artículo manifestando lo que yo percibía en mi juventud.
Actualmente, se percibe en el entorno, una total relajación de los principios rectores de la legalidad que debería mantener el orden social, difícilmente podríamos empezar de cero para la renovación de toda la estructura que sostiene nuestro actual sistema político, de ahí que siendo la corrupción el principal problema de la desestabilización sociopolítica y económica de México y prive una total desconfianza en el actuar de aquellos, que teniendo la suficiencia académica, teórica y práctica para el ejercicio de una función pública, se busque mejor gobernar al país con amigos muy cercanos, familiares y personal de toda la confianza del actual mandatario, por lo que algunos sectores de la sociedad consideran que por tales circunstancias lo que le está pasando al país es “un mal necesario” para cumplir al menos con uno de los primeros objetivos de la agenda presidencial: No fallar en sus promesas de gobernar con la mayor honestidad posible. Ahora cabría preguntarnos, si los mexicanos de la presente generación podríamos pagar el costo de la Cuarta Transformación, buscando al menos dejar unos cimientos de país que soporten todo lo que está por venir, que no nos permitirá aplicar soluciones locales, pues necesaria e inevitablemente serán de carácter global.

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