Siempre que alguien tiene algún padecimiento es sujeto a lástima por parte de muchos de sus allegados y los que no lo son. “pobrecito, se enfermó” suele escucharse, sin embargo, no nos queremos referir a esos “pobres” enfermos, porque lo que menos necesitamos es la lástima de quienes nos rodean.
Requerimos apoyo, comprensión, un sentimiento solidario que no sea de lástima, sino de apoyo y que nos otorgue la fuerza necesaria para salir avante, más, cuando se trata de enfermedades incurables, crónicodegenerativas, que tienen avances inminentes día a día. Y en el otro sentido, hemos de pensar en los pobres enfermos o los enfermos pobres.
Una anécdota triste (dos): En la colonia Américo Villarreal fuimos a visitar a una familia con una madre diabética, descontrolada y con pérdida parcial de la visión, entre otras cosas que le afectaron sus malos controles.
Cuando platicábamos con ella, decía que no tomaba casi sus medicinas porque no le estaban haciendo efecto, y muchas veces no podía ir al Centro de Salud por ellas. Llegamos al tema de la alimentación, y la pregunta obligada: “¿Qué come usted?”, a lo que respondió: -“Tortilla, casi todo el día”. -“Madre, no es bueno comer tanta tortilla”, fue la respuesta, a lo que ella espetó: “Hijo, mira: compramos 5 kilos de tortilla cada día, y lo único que comemos los siete de casa es tortilla con chile, porque mi viejo ya no puede trabajar, está viejo y enfermo, y no nos alcanza para más”.
Cuando se recibe una respuesta de este tipo, no se puede exigir a la gente que coma balanceadamente o que lleve al día sus consumos de alimentos y ejercicio. Hay una sombra de pobreza que nos inunda y que afecta a cualquier tratamiento, por bueno que pudiera ser.
El otro caso es viejo, y se suscitó en el Hospital Infantil de Tamaulipas, cuando fue diagnosticado un pequeño que estaba muy contento en la sala de endocrinología: “¿Y, por qué estás tan contento?”, se le preguntó, a lo que contestó con una sonrisa: “Es que me dijeron que tengo diabetes”. Sin atinar, se le cuestionó por qué tanta alegría, y el solamente dijo: “El doctor dice que tengo que corregir mi alimentación, que tengo que comer frutas, verduras, pollo y otras cosas… y yo nunca he comido ni fruta ni pollo”.
¿Qué se le dice a esta gente que no tiene forma ni de alimentarse, y mucho menos para llevar un control completo? Es entonces donde tienen que entrar otros factores, y buscar la manera de que estos tamaulipecos puedan tener acceso a otro tipo de beneficios, porque lo único que sucede es que, cuando son diagnosticados con diabetes y no son atendidos adecuadamente, estamos labrando la tumba de todos aquellos que no tienen forma de atenderse.
Es cuando pensamos que algo está caminando no muy bien, porque contamos con un servicio a población abierta que les proporciona consultas y medicamentos, pero… ¿de qué sirve si no tienen para comer? “¿Por qué no le regalaste el monitor de glucosa a ese chico?”, me dijeron una vez, y contesté: “No tiene zapatos para ir a la escuela; ¿crees que le podrán comprar las tiras reactivas para su control?”
Seamos realistas: no podemos enfrentar tan fácilmente una enfermedad tan devastadora y tan costosa como es la diabetes, si no utilizamos la creatividad y el ingenio, la inteligencia y el deseo de sacar avante la causa. Buscar comer lo mejor posible, tenderse sin falta y tener la voluntad de mejorar en todos sentidos, para no caer en complicaciones debe ser nuestro ideal. Y entonces, podremos decir que estamos haciendo algo bien. Antes, no se puede ser triunfalista.
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