Era de noche, a dos horas de ir a dormir, cuando tocaron el timbre de la casa y cuál fue mi sorpresa, que esperando a que abriera el candado del portón de entrada se encontraba mi nieta María de 8 años de edad, cargando es sus delgados brazos un par de almohadas y me dijo: Abre abuelo, que venimos a pasar la noche con ustedes, nos tocó a nosotros ahora, el que estallara un transformador de luz, y la verdad, está haciendo mucho calor como para aguantar toda la noche sin ventilador, vienen conmigo mi hermanito José Manuel y mamá, mi papá esperará en casa a que compongan el aparato. Para qué negarlo, me dio mucho gusto recibirlos, ya que habíamos pasado un fin de semana un poco tristes pues nuestros hijos y demás nietos se encontraron muy ajetreados y no tuvimos la oportunidad para reunirnos; en fin, después de darles de cenar y preparar la habitación de huéspedes, me dispuse a ir a la cama, y apenas estaba conciliando el sueño cuando llegó María a darme las buenas noches, pero además, traía un pendiente y quería que yo le aclarara una duda, a lo que me dispuse a escuchar su inquietud, entonces dijo: Abuelo, ¿le das el mismo trato que me das a mí a todos mis primos y a tus hijos? ¿A qué trato te refieres? le pregunté. Como te explico, cuando yo vengo a tu casa, tú siempre estás dispuesto a jugar conmigo, a platicar, a escucharme. Si mi niña, procuro dales siempre el mejor trato, el que se merecen, porque los amo. Qué bueno abuelo, pero habrás notado que yo no tengo secretos contigo, siempre te digo lo que pienso y hago. Ni qué dudarlo, le contesté, tú eres muy claridosa y no te guardas nada. ¿Por qué no escribes sobre lo que te gustaría que te dijera el resto de la familia, abuelo, aquello que nunca te dicen? La ocurrencia de María despertó mi curiosidad y no me pareció nada mal su idea, y como en ocasiones la inspiración que me anima tarda en llegar, podría iniciar una serie de narraciones relacionadas con el tema; empezaré en esta ocasión con lo que nunca me dijo mi primogénita: Papá, quizá te preguntes por qué siendo yo tu primera hija en nacer, pude haber guardado algunas cosas que siempre te quise decir y no lo hice; espero no me juzgues tan duramente, la verdad, no me gustaría que pasaras el próximo día del padre teniendo resentimientos conmigo. Yo sé que me amas, tu amor me lo hiciste sentir desde que nací, digamos que un buen tiempo fui tu consentida, siempre me dio la impresión que tenías el gran anhelo de que fuera un modelo de virtudes, me decías que era hermosa y que algún día sería una reina de belleza, por eso, yo siempre quise que te sintieras orgulloso de mí, por eso me esforzaba tanto en todo lo que hacía, y no te defraudé en las tareas escolares, mejores lugares en aprovechamiento, reconocimientos, concursos ganados; de hecho, veía cómo te llenabas de orgullo cuando las personas te detenían al paso para felicitarte por mi desempeño escolar; cuando llegó el momento de estudiar una carrera universitaria, no dudé en ningún momento en estar cerca de ti, pues debido a tu trabajo pasé algún tiempo lejos y la verdad yo te necesitaba y me sentía segura al saber que esos 6 años mi vocación y tu tenaz persistencia en formar parte de mi vida, me dio la oportunidad de conocer otra de tus múltiples facetas: fuiste mi maestro; eso me permitió conocer tus ideales y descubrir que te empeñabas en devolver con gratitud lo que siempre consideraste una deuda con la sociedad. Siempre que llega la fecha del día del padre, te hago llegar la manifestación escrita de mis sentimientos, el reconocimiento sincero de tu esfuerzo por verme feliz, lo hago, sí, por escrito, porque, aunque no lo creas, no podría decírtelo verbalmente, porque temo que el hombre fuerte que siempre he conocido se derrumbaría ya que tienes un gran corazón, un corazón de niño, que tuvo que madurar tempranamente para enfrentar todos los retos que le deparara la vida.
Katy, mi niña hermosa, mi orgullo de siempre, espero perdones mi simulada rudeza, a mí también me es difícil hablarte de frente, por temor a ser injusto, eres una mujer maravillosa, una hija que sabe como yo, fingir el dolor de pensar que eres poco amada y correspondida, vivimos por amor y para amar y no importa cuán fuerte sea la obscura tormenta de la noche, siempre tendremos en nuestra vida amaneceres maravillosos llenos de luz; recuerda que los viejos árboles también suelen dar una amorosa y protectora sombra para mantenernos a salvo, primero de nosotros mismos, de nuestros pensamientos funestos que nos condenan injustamente y nos hacen sentir frágiles ante la adversidad; y nos protege del ciego reproche de los que se sienten impotentes de comprender, que toda esa ira reprimida, no es más que un grito desesperado que nos pide tengamos misericordia, y nos suplica que los amemos con mayor fuerza, para ayudarlos a soportar sus propias tormentas.
No dejes de sonreír hija, deja caer sobre tus hombros ese hermoso cabello ensortijado que da la apariencia de ser una valerosa heroína, que seguramente pondrá a salvo la barca en que navega tu amada familia.
María, no alcanzó a leer lo que escribí, el sueño se apodero de su cuerpo y durmió plácidamente sobre la suave cama, al lado de su hermanito José Manuel y su madre.
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