Una tarde de un buen día, cuando mi nieto Emiliano tenía 10 años miraba extasiado un hermoso cuadro que pendía de una de las paredes de la sala de su bisabuela María Ernestina; intrigado por su abstracción, le pregunté por qué tanto interés en el paisaje, y él me contestó en un tono melancólico, que no se explicaba cómo en un espacio tan reducido, las cosas y las personas podían quedar tan bien acomodadas; traté de explicárselo a mi manera, esperando no confundirlo, y le dije: Hay cosas que se van de nuestra vida, mas, sólo son cosas, y la verdad,  en lo que a mí respecta, no me ha afectado su ausencia; lo que sí extraño, son a las personas que se han marchado, en primer lugar, a  las que he amado y se han ido para siempre; después de ellas, extraño a las que se significaron por tener tantas cosas en común conmigo  y  coincidieron  en algún momento importante de mi existencia, y  que gracias a su esfuerzo, impulsado por los mismos ideales, pudimos juntos, en el tiempo, retratar tantos escenarios inmortales.

Hay personas en la vida, que se empeñan en parecerse a las cosas,  su presencia  forma parte del entorno, pero sin generar ninguna consecuencia, sólo están ahí, imagino que viviendo para sí mismas, porque así lo decidieron, y así es para su conveniencia; y  es de lamentar, que estando cerca de ellas, nuestra cercanía no haya despertado la menor empatía, y que la energía que emanaba de nuestros cuerpos, no haya contribuido, para que al menos, dieran un tono de mayor brillantez a todas aquellas oportunidades que nos brindó el Creador para dejar huella.

Hay personas que pueden interactuar, para complementar un argumento válido, para explicar el por qué, en un momento determinado de la existencia, su tiempo, su valioso tiempo, coincidió para dar el matiz perfecto a la colorida escena plasmada en este cuadro que cuelga de la pared de la sala,  aquella, en la que todas las tardes, a tu edad, sentado en silencio, como lo estás tú en estos momentos, trataba de comprender, si todo lo que veía era producto de mi imaginación o de la imaginación del pintor, o si en verdad existía aquel maravilloso atardecer, donde personas y cosas, en perfecta armonía podían establecer, que las segundas, existían por obra de las primeras, para darle al momento un marco especialmente diseñado, para que esa pareja que tú ves ahí, pudieran transportarse al mismo paraíso, porque su mayor anhelo era pedirle a Dios que les diera su bendición para mantenerse unidos y  vivir  por siempre unidos en aquel idílico lugar.

El niño me miró con una expresión de extrañeza; intuí que no había entendido nada, pero luego me dijo: ¿Acaso no es este mismo cuadro, el que contemplabas mientras esperabas la llegada de mi abuela, para pasar juntos las tardes cuando eran novios? Su respuesta me dejó sorprendido y repliqué de inmediato: ¿Y tú cómo sabes eso? Ay abuelo, me lo has platicado tantas veces, ¿acaso ya se te olvido? No mi niño, no se me ha olvidado, pero, quiero que a ti no se te olvide, para que un día, también se lo platiques a tus nietos.

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