Sí, para qué mentirles, he pasado mucho tiempo buscando letras vivas, aquellas que logren hacer vibrar el corazón de quienes las leen y puedan, al mismo tiempo, escucharlas y sentirlas, pero, en estos tiempos es difícil encontrarlas, porque el ser humano poco a poco o demasiado rápido, ha ido perdiendo su sensibilidad al contacto visual con las letras que estimulan el espíritu que yace dormido, distraído o extraviado, en un contexto que no admite demoras para sentir que hay todavía mucho de dónde obtener la energía que se requiere para motivar una vida plena.
Existe tal contaminación en la comunicación, que ya no es posible distinguir lo bueno de lo malo, todo aparece y se acepta simplemente como parte de un desarrollo totalmente desequilibrado, que reta todo lo que se concibe como componente de la otrora armonía en el hogar, en el trabajo, en la sociedad misma; toda esa distorsión cultural que aparenta ser parte de lo nuevo, y es en realidad un retroceso al primitivismo, donde se actúa más por instinto que por inteligencia, una tendencia que nos invita a ver las cosas en forma tan superficial para no complicarnos la vida, aceptar todo aquello que vaya surgiendo del hartazgo mismo de una sociedad que se cansó de seguir promoviendo las virtudes y los valores positivos, porque de pronto, todo fue visto como decadente, pálido, con olor a viejo, que desentona con acelere propio de la época, que lleva al límite el estrés, para poder asimilar y aceptar a la brevedad, toda la serie de aberraciones, para no desentonar con la neo cultura de la diversidad.
Qué difícil resulta en estos tiempos, llegar al corazón de los seres humanos, con palabras vivas, pues, así como van desapareciendo muchas formas de vida sobre la tierra, también habrán de extinguirse las bellas letras, con la última generación de poetas.
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