Cada  día que pasa, aprecio más la vida, la mía y la de los demás, este regalo maravilloso que Dios nos ha obsequiado y que muchas veces, influenciados por lo que solemos llamar la mala suerte o las malas vibras provenientes del contaminado entorno que solemos viciar con nuestra negatividad, y que seguro estoy, tiene más cosas buenas que malas, porque incluso, de lo que no nos agrada y nos quejamos frecuentemente, siempre trae consigo una oportunidad para valorar lo que tiene un verdadero significado para crecer como personas, como seres humanos y como hermanos, de lo que sólo nos da una falsa sensación de bienestar, de seguridad y de estatus en la sociedad.

El fin de semana, realicé junto a mi esposa y mis amados nietos mayores un viaje corto, considerando la distancia y el tiempo, pero, lo suficientemente largo como para adentrarme a un espacio que siempre te invita a la reflexión y te facilita la comunicación con el Creador. En este viaje corto, pude sentir y entender, que los rasgos de la personalidad de cada uno de mis nietos, antes de que se arraiguen definitivamente, pueden ser modificados, acentuando en ellos los valores positivos, para que el día de mañana, sean estos, los que los distingan como personas de bien, y dejando a los valores negativos como un legado, para que puedan estar conscientes de la diferencia entre el bien y el mal. Dios así lo dispuso y al hombre sólo le queda la tarea de pulir con buenas obras el ejemplo, para que su descendencia siga por el buen camino. En ese viaje, se dieron respuestas a muchos de los ¿por qué? y se aclararon dudas; no fue la intensión primaria la recreación del cuerpo y de la mente, fue un valiosa oportunidad para fortalecer el crecimiento espiritual y ponderar la fuerza que tiene el amor por sobre todas las cosas.

Dios había dispuesto que en ese viaje, sucedieran otras muchas cosas maravillosas, que sólo aquellos que profesan la fe con el corazón, pudieron notar y sentir, movió mi voluntad, para hacer la suya, para mostrar a los que dudan de su poder, cómo su infinito amor por nosotros puede responder a un llamado amoroso, así como lo hace un Padre por su hijo suplicante, solicitando su intervención, no sólo para sanar el cuerpo, sino para sanar el espíritu atormentado por las mortificaciones del mismo, que se aleja como una parte del todo, como originalmente fue creado antes de todos los tiempos.

De nuevo, ante las circunstancias, se escuchó decir: No soy yo, sino Él, el que obra en mí. No es a mí sino a Él a quien tienes que acudir. Y cerró sus ojos, y el dolor se fue como había llegado, y su cuerpo, confiado, se abandonó en sus brazos, para que llegara el profundo sueño tan deseado, sintiendo cómo el amor, ha sido, es y será siempre, la mejor medicina.

 

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