Ayer, cuando fui adolescente, me preguntaba: ¿Por qué me intimida hablar con mi padre, si lo amo tanto? Él se comportaba diferente con sus amigos, incluso con la familia nuclear básica; con los primeros, desbordaba alegría y siempre estaba de buen humor; con los segundos, era respetuoso y ameno; pocas veces se le podía observar contento con nosotros y al no entender lo que estaba ocurriendo, un día me armé de valor, fui a buscarlo a su laboratorio particular, él se encontraba sentado en la mesa de trabajo, mirando por el microscopio, lo saludé amablemente y él me saludó sin voltear a verme, después, le hice la siguiente pregunta: ¿Papá por qué siempre estás enojado con nosotros? Él siguió con los ojos fijos sobre las lentes del microscopio y pareció no escuchar mi pregunta, por lo que decidí acercarme un poco más y de nuevo insistí sobre el tema, entonces giró su cabeza y fijó su mirada en mi persona, sacó su pañuelo de la bolsa posterior derecha del pantalón y se secó el sudor de la frente, y dijo: ¿Acaso estoy enojado en este momento? Tímidamente le contesté que no, y de inmediato replicó: ¿Qué estoy haciendo en este momento? Estás trabajando, le dije.  Eso es lo que estoy haciendo y para hacer bien mi trabajo requiero  concentrarme, esto, para no cometer errores ¿estás de acuerdo conmigo? Sí, lo estoy, siempre hay que poner toda la atención en lo que es importante. Entonces, espera a que termine de trabajar y hablamos. Está bien, esperaré, le contesté. Así lo hice, hasta que lo vi levantarse de su silla, limpió el área de trabajo, recogió el material, sus anotaciones y cubrió el microscopio con una funda de plástico, después se dirigió al refrigerador, sacó una botella de refresco, le dio unos buenos tragos y se fue a sentar en el sillón del escritorio donde se encontraba la máquina de escribir con la que llenaba los formatos de resultados, y antes de empezar a mecanografiar me dijo: Ahora dime, hijo, ¿cuál es tu problema? De nuevo sacó el pañuelo y volvió a secar el sudor de su frente; por unos instantes hicimos una pausa y respirando profundamente le dije: No es un problema, más bien, es una inquietud que traigo y necesito me saques de duda. Está bien, habla y no tomes tantos rodeos, dime qué te pasa. ¿Papá soy importante para ti? No respondió de inmediato, se me quedó mirando, y yo aproveché para escudriñar si en su mirada había algún dejo de  inconformidad o molestia por lo que le estaba preguntando, pero sólo encontré una expresión de tremendo cansancio, tanto, que estuve a punto de cambiar de tema, pero el comentó: Desde luego que eres importante para mí, así como lo son el resto de tus hermanos.

Entonces ¿por qué no me pones atención, así como se la pones a tu trabajo? El trabajo es otra cosa, dijo, de ahí obtengo dinero para mantenerlos, y sin trabajo, imagínate lo que ocurriría,  ustedes son mis hijos y me preocupo por que no les falte nada, aunque a decir verdad son muchos y la situación no es fácil. Tienes razón, el trabajo es otra cosa, los hijos seguramente somos más importantes, pero en ocasiones nos gustaría que nos lo demostraran, y a mí en particular, más que comprarme cosas, me gustaría que me lo dijeras, que me dijeras que me quieres, eso es lo que me tiene preocupado. Yo sé que las necesidades nos obligan a pedirte cosas como zapatos, uniformes, material escolar, colegiatura y que  eso es aparte de la alimentación y otros gastos de la casa; tal vez el tener tantas obligaciones, te han cambiado el carácter, bueno, al menos con nosotros y con mamá, pero no te enojes con nosotros,  si hablamos claro, te aseguro que entenderemos y todo marchará mejor.  Si nos dices que nos amas, te aseguro que podríamos aguantar más y hasta podríamos trabajar para ayudarte, ya ves, mamá también trabaja mucho porque entiende que no es fácil mantener a diez hijos. Mi padre permanecía en silencio, con la mirada perdida en no sé dónde, sus ojos se pusieron rojos, después sacó su pañuelo, como simulando secar el sudor de su frente, pero claramente vi que secó las lágrimas de sus ojos. Después me miró y dijo: Yo no estoy enojado con ustedes, estoy enojado conmigo mismo, ese sentimiento lo he llevado arrastrando desde que tenía tu edad, porque no tuve el valor de preguntarle a mi padre, lo que me has preguntado, espero que no pases tú por lo mismo; no te preocupes más, y para olvidarnos un poco de los apremios de la vida, qué te parece si vamos de paseo al rancho de tu abuelo y cuando llegue la noche nos iremos juntos a cenar. No  he podido olvidar ese momento tan especial de mi vida, mi estado de ánimo mejoró, pero sobre todo, entendí que todos tenemos una historia que contar para saber por qué las personas, como mi padre, viven tratando de encontrar, la forma de sanar aquella herida de alma, que ocasiona pensar que sufrimos el desamor de nuestros padres.

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