Hacer las cosas bien no resulta tan fácil como se cree, sobre todo, cuando tenemos una idea distorsionada de la calidad, en una sociedad como la nuestra, donde nos hemos acostumbrado a estar todo el tiempo de prisa.
Hace unos días, una de mis pacientes trataba de alentarme, al percatarse de que me esperaba un pesado día de trabajo, pues se dio a la tarea de contar entre los pacientes que se encontraban en la sala de espera, a un buen número de ellos que consultaría conmigo, y afirmaba que si estuviera habilitado el sistema del Expediente Electrónico que se instaló en tiempos en el que fue Secretario de Salud el Dr. Rodolfo Torre Cantú, se podría optimizar el trabajo; le agradecí su buen comentario, pero de antemano sabía que tendría que conservar una buena actitud para no caer en el desánimo por la falta de auxiliares para agilizar la práctica profesional; después comentó, que había escuchado que uno de los pacientes refirió que si se trataba de optimizar el tiempo de consulta, valdría la pena sólo preguntarle a los usuarios si se sentían bien en esos momentos, y de ser así, no habría necesidad de realizar todo el proceso de la consulta de calidad, donde se incluye la exploración física, que simplemente debería otorgársele la receta y con eso bastaba.
Como me dio santo y seña sobre la identidad de quien apoyaba la iniciativa, pude identificarlo cuando accedió a la consulta y tratando de cumplir sus deseos, sin que me lo pidiera, me concreté a preguntarle sobre su estado de salud, a lo que el paciente contestó que se sentía perfectamente bien, entonces tomé el recetario y le prescribí el medicamento para el control de su enfermedad cronicodegenerativa y le obsequié cortésmente la receta, el paciente hizo una pausa al ver que no lo pasaba a la sala de exploración y entonces reclamó el faltante del proceso, a lo que accedí con gusto, y mientras lo examinaba salió a relucir el tema sobre la importancia de hacer bien las cosas, conociendo a lo que se dedicaba el paciente, le platiqué la siguiente anécdota:
Un día me recomendaron a un estilista muy afamado y solicité sus servicios, antes de que yo pudiera pedir el estilo de corte que deseaba, aquel hombre empezó su trabajo sin consultarme, entonces le observé lo que yo deseaba realizara con mi cabello, y molesto me contestó que si alguien sabía hacer su trabajo era él y no necesitaba que nadie le dijera como hacerlo, entonces le pregunté al paciente su opinión, a lo que contestó que se podría ser todo un profesionista muy competente, pero siempre había que tomar en cuenta la opinión del cliente.

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