En la presentación de uno de sus libros, que vi hace algún tiempo en internet, la doctora Beatriz Gutiérrez Müller recordó algo que me pareció sumamente interesante y registré puntualmente. Se trataba de la presentación de una de sus investigaciones sobre el poeta de origen nicaragüense en tiempos de la revolución mexicana, Solón Argüello.

En algún momento de su intervención, recordó Gutiérrez Müller lo que llamó las “tres P” que, según Rubén Darío, debían ser el criterio que guiara la conducta e intereses de todo hombre de letras: la P de la poesía, la P del periodismo y la P de la política.

Me encantó la afirmación. Lo primero que llamó mi atención fue constatar el hecho de que, efectivamente, en el siglo XIX era tal vez más común que los políticos –aunque desde luego que no todos, pero bastantes– cumplieran con el requisito de las tres P de Rubén Darío. De botepronto pensé en Guillermo Prieto o en Ignacio Ramírez El Nigromante, y también en Ignacio Manuel Altamirano, y ni qué decir de Francisco Zarco, todos ellos hombres involucrados de manera total y apasionada con la política de su tiempo, pero que también fueron hombres de letras (poetas, novelistas) y periodistas de gran talento e intensidad intelectual, que dejaron una obra vasta, rica y llena de elementos fundamentales para comprender esos tiempos. A mil leguas están todos ellos, que como hicieran los clásicos de la antigüedad que combinaban la pluma con la espada, de tantos “intelectuales” o académicos de hoy que solo ven las cosas desde la comodidad de sus cubículos o sus escritorios.

Y es que la clave que subyace medularmente a esas tres P de Darío, su denominador común, es la de la elocuencia, manifestada ya sea a través de la retórica o de la poética, en virtud de la cual quien es soberano en ella –en la elocuencia– tiene la posibilidad de manejar conceptos y de confeccionar discursos mediante los que se le da sentido a la realidad social, cultural y política.

Hay una conexión fundamental entre la política, la retórica y la poética, que es lo que me parece que está en el corazón de la tesis de Allan Bloom, planteada en su extraordinario libro sobre la política de Shakespeare (Shakespeare’s politics), según la cual “el discurso del estadista solamente puede ser comprendido en toda sus implicaciones y significación por un público que está formado previamente en la poesía”.

Desde septiembre de 2021, El Mercurio de Tamaulipas me abrió las puertas para compartir con sus lectores, de manera semanal, mis impresiones sobre infinidad de temas, que fueron desde cuestiones locales hasta nacionales e internacionales, habiéndome sido posible exponer y comentar sobre mis lecturas, mis referencias intelectuales, y sobre problemas que consideré de actualidad e importancia con el ánimo de contribuir al enriquecimiento del juicio ciudadano sobre las discusiones, temas y problemas fundamentales de nuestro presente. De alguna manera, El Mercurio de Tamaulipas fue el espacio donde pude dar cauce a mi faceta de admiradora del periodismo, o si se prefiere de analista, mediante la que se complementó mi calidad de funcionaria pública, y el otro que, para seguir con el criterio de Rubén Darío, se manifiesta como lectora que soy, principalmente, de literatura, y que como le sucede a todas las personas, logro en los momentos que mis obligaciones lo permiten.

La experiencia ha sido de verdad enriquecedora, y me he sentido muy honrada y agradecida por la generosidad que ha tenido El Mercurio de Tamaulipas conmigo. Hoy, por factores y circunstancias muy puntuales, debo cerrar el momento de este ciclo para poder encarar otras responsabilidades y tareas que se me están planteando.

Quiero expresar con todo afecto mi enorme agradecimiento a Antonio Villareal, por haber hecho posible que se diera esta posibilidad para mí, y a todas las lectoras y los lectores que me distinguieron con su atención.

Espero sinceramente que, en cuanto los tiempos lo permitan, restablezcamos la conversación que ha sido tan valiosa para mí. No me despido, solo quiero decir gracias, y

¡Hasta muy pronto!

* La autora es Secretaria General de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión