Cuántos tiramos de la cuerda, sin imaginar que vamos arrastrando el peso de nuestra ignorancia, pensando que atadas al final de la cuerda, se encuentran las realidades construidas por quienes nos han mentido sobre las bondades de una farmacoterapia eficaz para evitar la dolorosa expresión corporal y mental del desequilibrio emocional. Por años hemos creído en historias que simulan grandes avances científicos y tecnológicos para mejorar la calidad de vida de quienes sufren el impactante proceso de disgregación material de la entidad que nos caracteriza como seres humanos, para pasar a un plano espiritual, y que este, se reincorpore a su origen cósmico.

“Por aquel tiempo exclamó Jesús, diciendo: “Yo te glorifico, Padre mío, Señor del cielo y tierra, porque has tenido encubiertas estas cosas, a los sabios y prudentes del siglo, y las has revelado a los pequeñuelos. Si, Padre mío, alabado seas, por haber sido de tu agrado que fuese así. (Mt 11:25-26)

La mejor medicina la encontramos en nosotros mismos, por siglos hemos ido poniendo en práctica aquellos conocimientos adquiridos, más que por los que buscaron la verdad, por los que, basándose en mitos y leyendas, difundieron las mentiras y encontraron en su práctica engañosa, el secreto de hacer negocio esquilmando a los ingenuos.

Si al menos tuviésemos la capacidad de observar y no sólo ver, la de escuchar y no sólo oír, notáramos las diferencias entre lo que está bien y lo que está mal, entre lo que verdaderamente alivia al cuerpo y a la mente y mantiene íntegra la energía proveniente del aliento de vida, que mantiene alerta al ser que ocupa un espacio en el planeta humus.

Cuidemos lo que comemos y tomamos, lo que ingerimos para mejorar nuestro estatus de salud, escuchemos a nuestro cuerpo, confiemos en él y recodemos que “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4: 3-4).

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