El absolutismo fue la forma de gobernar predominante en Europa, alcanzando su máximo esplendor en el reinado de Luis XIV de Francia (1643-1715), quien simbolizó esta época con su famosa frase “El Estado soy yo”. Fue el momento histórico en el que el rey concentraba todo el poder, donde las leyes no eran mas que la voluntad de un solo hombre, y la justicia, en la mayoría de los casos inalcanzable. El centralismo extremo no solo era la norma política de la época, sino la esencia del sistema.
En medio de esa realidad, hubo un hombre llamado Charles de Montesquieu que se atrevió a cuestionar y plantear la forma en que el poder no estuviera en manos de una sola persona, sino distribuido en distintos órganos de control y que estos se equilibraran entre sí. Su pensamiento fue capaz de acertar de tal manera que hasta el día de hoy su pensamiento sigue vigente, fundamentalmente para las democracias modernas.
En principio, Montesquieu escribió varios libros bajo una identidad ficticia, uno de ellos se llamó “Cartas Persas” donde adopta la perspectiva de dos viajeros persas que se escribían y detallaban a la monarquía francesa criticando sus excesos y defectos políticos, sociales y religiosos. Esto fue inspirador para muchos escritores de la época que de igual manera se enfocaron en la literatura y la utilizaron como medio de reflexión política. Su obra más influyente “El espíritu de las leyes” también utilizó un seudónimo, por medio a represalias del gobierno.
Desde su profundo análisis de como el poder se organiza en la sociedad. ¿Qué podemos destacar de Montesquieu? En sus principales ideas del libro “El Espíritu de las leyes” destaca que para evitar la concentración de poder y garantizar la libertad el gobierno debe dividirse en tres ramas diferentes: el poder legislativo crea las leyes, poder ejecutivo las ejecuta y el poder judicial las interpreta y aplica. Este criterio contribuyó fuertemente en la conformación de las democracias modernas. Otro aspecto clave de su obra es cuando Montesquieu distingue tres tipos de gobierno, la republica que puede ser democrática o aristocrática, pero siempre basada en la virtud, entendida como la búsqueda del bien común por encima de intereses individuales; la monarquía, donde el rey gobierna conforme a las leyes establecidas; y, el despotismo, basado en el miedo y el poder absoluto, sin control alguno. Por último, en “El espíritu de las leyes”, Montesquieu nos lleva a una reflexión central: la libertad política solo es posible dentro de un sistema de leyes que se adapten a las características y costumbres de cada sociedad. Las leyes no deben ser usadas para oprimir, sino para garantizar un equilibrio de poder donde no se concentre ni se abuse de él.
Cabe señalar que su obra tuvo una gran influencia en la elaboración de las constituciones especialmente en Francia y Estado Unidos, y posteriormente en otros países democráticos. No debemos olvidar que el origen del constitucionalismo radica precisamente en la necesidad de limitar al poder y garantizar que los derechos humanos y la forma de gobierno queden consagrados en una norma fundamental denominada Constitución.
La pregunta obligada es ¿por qué los contrapesos institucionales se han debilitado en el mundo, permitiendo que el poder se concentre en una sola figura, una elite o en un grupo político? Las razones pueden ser diversas y obedecen a la percepción e interpretación de cada caso en particular.
En algunos países los presidentes o primeros ministros han excedido sus funciones, al utilizar e imponer decretos o medidas excepcionales que limitan el papel que le corresponde a los otros poderes. A esto se suma el auge de las tendencias populistas, que mediante actos políticos impulsan reformas jurídicas con el objetivo de debilitar y reducir la autonomía de las instituciones. Pero hay más razones. La corrupción ha permitido la captura del Estado por intereses privados o grupos de poder, alejándolo de su verdadero propósito: servir a la sociedad. La falta en la atención de rendición de cuentas ha logrado que el abuso del poder quede la mayor de las veces impune. Además, vivimos en una constante saturación de información, donde la desinformación se ha convertido en un arma que confunde, divide y debilita nuestro razonamiento analítico. Esto ha provocado una población más resignada, decepcionada por la ineficacia de las instituciones y los constantes escándalos de corrupción.
Sin embargo, Montesquieu nos dejó una idea fundamental: un Estado no puede sostenerse sin equilibrio en el poder. Cuando este control desaparece, las democracias colapsan. Un ejemplo claro es la República Romana, donde el poder se distribuía entre el Senado, los cónsules y las asambleas populares. Sin embargo, las crisis políticas y la corrupción permitieron el ascenso a lideres que buscaron el control absoluto eliminando los contrapesos republicanos y contribuyendo a la creación del imperio que con el tiempo colapsó.
La historia está llena de ejemplos que demuestran lo mismo: que cuando el poder se concentra sin límites, las sociedades se debilitan y, tarde o temprano, caen. El absolutismo fue prueba de ello. Durante casi 300 años, este sistema centralizó el poder en la figura de los monarcas hasta que finalmente colapsó en Francia, dando paso a las ideas liberales y al constitucionalismo. Montesquieu no solo anticipó este cambio, sino que le dio forma y definición.
Hoy no vemos civilizaciones extinguiéndose en su totalidad, pero sí estructuras democráticas que se desmoronan poco a poco, transformándose en algo democráticamente irreconocible. Paradójicamente, es una época en que la sociedad debería estar mejor informada gracias al acceso ilimitado a la información, pero sucede lo contrario la sobrecarga de datos, la desinformación y la manipulación ha generado apatía y desinterés en nuestros asuntos de Estado.
Es posible comparar al poder con nuestros impulsos, cuando fluyen como el río con cauces bien definidos, nos brindan equilibrio y una existencia positiva; en el ámbito político, dan vida y prosperidad a los países por donde pasan. Pero cuando se desbordan, arrasan destruyendo todo lo que está a su alcance.
Hoy mas que nunca debemos tener presente al hombre que se atrevió a exponer la forma en que el poder no estuviera en manos de una sola persona, su pensamiento claramente se refleja en nuestra Constitución. El artículo 40 consagra a México como una república, lo que implica la división de poderes. Esta separación se establece a nivel federal en el artículo 49 y se extiende a los Estados en el artículo 116, garantizando así el equilibrio del poder. Además, el estado de derecho se complementa en los artículos 1, 40 y 133, que asegura que todas las personas, incluidas las autoridades, están sujetas a la ley y deben respetarla.
La mejor manera de concluir este artículo es con las palabras del ilustre Montesquieu, quien lo resumió todo en una sola frase: “Para que no se pueda abusar del poder, es necesario que el poder detenga al poder.”