Nunca pensé que un día, llegara a tener que quejarme de otras cosas que no fueran motivadas por situaciones derivadas de asuntos políticos, económicos o laborales;  más en estos tiempos de pandemia, las cosas han cambiado mucho, y si bien aún nos quejamos de que todavía no se consolidan los aspectos fundamentales para adaptarnos a una nueva cultura en cuestión de hábitos saludables y medidas preventivas para cuidar nuestra salud, siento que se ha avanzado mucho, y pronto veremos cómo baja la incidencia de casos, no solamente de Covid-19, sino de enfermedades diarreicas y respiratorias, y tal vez, hasta veamos mejoría en la epidemia de obesidad y diabetes que se padece en México. Pero hoy quería hablar de las otras quejas, las que van surgiendo día con día con motivo del confinamiento y que no se puede despreciar su importancia.

Todo hombre o mujer, trabajador, que habiendo estado en activo profesionalmente al momento de iniciar la pandemia, y que tuvo que acatar las disposiciones sanitarias de confinamiento, por tener factores de riesgo y que de contagiarse, podría sufrir complicaciones importantes, y con ello aumentar la estadística de morbimortalidad por causa del SARS CoV-2, sufrió una seria y pronta transformación de sus hábitos familiares, de tal manera, que aquél que  no gustaba de compartir las responsabilidades, en lo concerniente a las labores domésticas, en menos de dos semanas, empezó un proceso de adaptación con un amplio grado de eficiencia; él o ella, que no sabía hacer de comer, aprendió, aprendió también a barrer, trapear, tender camas,  lavar el baño, lavar loza, lavar ropa, entre otras cosas. Bueno, habrá sus excepciones, pero yo lo comento, porque a mí me pasó, y ahora  mi mujer y yo competimos por quien hace mejor las cosas, pero, lo más frustrante que a mí me sucedió, fue cuando un día muy temprano, me levanté para aprovechar la fresca de la mañana y lavar ropa a mis anchas en la lavadora y… ¡Oh, decepción! la máquina se negó a trabajar, entonces acudí a mi esposa para darle la queja y ella muy sonriente me dice: Pobre lavadora, no la dejas descansar, yo lavaba cada fin de semana, pero tú tienes obsesión por lavar todos los días, y las máquinas también se cansan. Le exigí que le llamara a técnico y así lo hizo, tardando dos días en regresar la lavadora, tan sólo en 48 horas, sufrí primero de un ataque de ansiedad, seguido de depresión, y cuando llegó la lavadora de regreso a casa, me dio tanto gusto que le hice una fiesta.

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