En mi largo caminar, le he pedido al Señor, que si algo me ha de obsequiar, sea la bendita sabiduría, y si Dios, mi plegaria escucha, me conceda el honor de entender alguna que otra cosa, por ejemplo, ahora sé, que cuando no hay paz interior, poco se disfruta, porque la mente no te permite la libertad necesaria para moverte con la tranquilidad requerida, para que puedas descansar como se debe en la vida. Cuántas ataduras mentales nos habremos adjudicado con el tiempo, en ocasiones situaciones sin importancia, pero que se presentaron en un momento de inmadurez o de falta de plena conciencia y les dimos un valor que no les correspondía, y que llevamos a cuestas por tantos años, sin comprender, que el cansancio que achacamos a nuestro trabajo es una mentira, porque el que es feliz, lleva consigo la felicidad a todas partes, y lo mismo disfruta en el hogar que en el trabajo, pues su ánimo rebosa en armonía, y quien tiene la dicha de estar cerca de estas personas, igualmente será beneficiado por la generación de una energía tan positiva, que salud jamás le faltará, y con ello, la satisfacción de haber disfrutado la vida.
Resulta difícil comprender, que todo mal que se sufre, es por causa propia, porque cuando nuestra alma aloja el dolor de una herida infringida en la niñez, mentalmente se deja de crecer, o si se logra avanzar, siempre te alcanza la paradoja de no poder definir, si lo que estás haciendo es vivir o sobrevivir.
Difícil también es encontrar quién te vea y te trate con verídica misericordia, porque en tus errores sólo ven el mal y no la congoja que te hace padecer.
Sólo el amor te puede sanar, pero, para que esto pueda pasar, quien te acompañe en la pena, deberá de poseer verdadera humildad, para no dejarse llevar o confundir por el dolor que causa el orgullo, que suele ocasionar también sendas heridas, en quienes no han logrado entender que si estamos aquí en la tierra, no es por casualidad, sino para limpiar a nuestro espíritu de toda maldad, y poder acceder a la tan ansiada eternidad.
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