Este vientecito fresco de la tarde me recuerda tantas cosas buenas de mi vida, tanto, que me resultaría tan grato darme una vueltecita por mi pasado, sí, al ayer, cuando no tenía prisa por envejecer, cuando sólo quería vivir con intensidad, vivir sin más preocupación que esperar el nuevo día para continuar o duplicar el disfrute de los momentos de felicidad que se vivieron el día anterior, y es que con el tiempo todo se va gastando, en ocasiones se vive tan rápido que no notamos que vamos dejando cosas importantes olvidadas en el camino y cuando pensamos que hemos llegado a nuestra meta, nos percatamos que llegamos incompletos, y por ende, no estamos satisfechos del todo.
Este vientecito frío de la tarde, me está invitando a vivir lo de ayer, cuando podía utilizar todos mis sentidos, comprobando que realmente estaba vivo, cuando al mismo tiempo veía el real color de las flores, tocaba su textura, y aspiraba su perfume, y aún más, me sentía en libertad para tomar aquel regalo de Dios y obsequiarlo, para alegrarle la vida a las mujeres más importantes para mí: mi madre, mi abuela y la mujer con la cual formaría mi propia familia.
Cuando se ama de verdad todo puede renacer, nunca es tarde para iniciar, o para recoger todo lo bueno que fuimos dejando olvidado por el camino por aquella inexplicable prisa por llegar a no sé dónde ni para qué.
Este vientecillo frío de la tarde, me gusta para abrazarte, mujer, para caminar y reírnos juntos de todas aquellas aventuras que nos hacían parecer invencibles a los grandes retos por sobrevivir y sobre todo, para mantenernos siempre unidos, como hoy, para seguir tratando de mejorar lo inmejorable.
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