Y entonces le dije: Vámonos pues. Y ella contestó: ¿A dónde? A donde el ir, nos dé la satisfacción de que aprovecharemos al máximo nuestro día, le respondí. Entonces ella, sin ninguna emoción sentida dijo: La verdad, estoy cansada, tanto como todas las semanas anteriores, de ahí que, preferiría quedarme en casa. ¡En casa!, repliqué molesto. Sí, en casa, respondió con cara de fastidio. Pero si es ahí donde se genera la mayor parte del trabajo que te tiene y mantiene siempre cansada, estar en casa significa seguir trabajando, porque no me negarás, que el trabajo de casa nunca se acaba, eso siempre me lo has dicho; la verdad me gustaría que ambos disfrutáramos de la luz del día, que viéramos a nuestros ojos recuperar el brillo de nuestras miradas; me agradaría tanto que camináramos por las calles sin más preocupación que la de llegar a un hermoso lugar donde se activaran nuestros recuerdos más sentidos, como ayer, cuando el estar  juntos significaba el despertar de los anhelos más ansiados, donde la comunicación fluía en abundancia en un tono por demás armónico, derramando ternura y motivando las esperadas caricias. Realmente eres un soñador, dijo ella, porque no quieres vivir la realidad, ya han pasado muchos años, y muchos de ellos se han ido quedando con nosotros; el caminar, aunque saludable, ahora resulta ser un ejercicio un tanto pesado, hoy me es más satisfactorio resolver los pendientes que abundan en mi mente. Pendientes que por cierto, no son realmente tuyos, objeté, sino de la familia, y deberían ser resueltos por los miembros de la misma, pues ya bastantes años has ido cargando una cruz que no es tuya.

Entonces ella dijo ¿acaso me has preguntado lo que realmente deseo? Bueno, creo que ya lo dijiste, quieres que nos quedemos en casa, y aunque mi deseo es otro, nada puedo hacer por convencerte, pues como dice el refrán: “sólo el que carga el costal, sabe lo que lleva adentro”

En eso estábamos, cuando frente a nosotros pasó un hombre que era llevado en una silla de ruedas, por una mujer que llevaba puestos unos lentes obscuros, el hombre le decía a la dama, sigue derecho, ya mero llegamos, en ese parque, podremos caminar y tú podrás maravillarte con los hermosos jardines del lugar; al escuchar eso, algo me impulsó a saludar a aquella pareja y aproveché para preguntarles: ¿Qué rumbo llevan?  El hombre contestó, vamos a todos lados y a ninguna parte; como verá, yo no puedo caminar y ella no puede ver, pero eso no es ningún inconveniente, porque ella camina por mí y yo veo por ella.

Camina todo cuanto puedas, hasta cansarte, ve todo lo que puedas ver mientras haya luz en tus ojos, ya habrá tiempo suficiente para encerrarte en ti mismo, cuando pierdas la maravillosa oportunidad de disfrutar a plenitud la vida.

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