Cosas del ayer… Resulta que cuando me encontraba trabajando como chofer para mi abuelo materno Virgilio Caballero Marroquín, oriundo de San Francisco Villa de Santiago, Nuevo León, de su camioneta Ford Galaxy 500 Wagon Country de color rojo con vistas laterales imitación de madera, después de trabajar toda la semana, mi amadísima tía Chonita, que se encargaba de la atención de la tienda de abarrotes, me hablaba que fuera a verla el domingo a las 20:00 has. me decía: prepárate porque hoy nos vamos a cenar al Restaurante del Álamo, entonces yo suspendía mis recorridos de San Pancho a la plaza Ocampo, para darle una limpieza exprés a la camioneta, le ponía aromatizaste y dejaba los vidrios muy limpios, y encendía el aire acondicionado, de tal forma que ella se sintiera muy cómoda como la dama que era, y estar listo para llevarla a cenar.

Recuerdo que, como todo un caballero, una vez que llegábamos a el Álamo, me bajaba de la camioneta y me apresuraba a abrirle la puerta, después le ofrecía el brazo izquierdo para que se apoyara en él y realizar juntos el recorrido a la entrada del salón; hermosa como era, mi tía dirigía su mirada a las otras mesas, reconociendo en ocasiones a algunos asistentes, quienes la saludaban gustosos preguntándole por la familia, cuando alguien no me conocía mi tía presurosa les decía: mi acompañante es mi sobrino Salomón, hijo de Ernestina; después cuando se retiraban de nuestra mesa, ella sonriendo comentaba: curiosita la señora de saber quién eres, ya sabrás por qué. Mi tía Chonita tenía una plática muy amena, de hecho siempre reíamos de los sucesos chuscos que nos ocurrían, ya sea durante la interacción con las personas que acudía a surtir su despensa, ya sea cuando interactuábamos con el abuelo Virgilio, como en una ocasión en que lo habíamos desobedecido y me mando a la tienda para pedirle a mi tía nos diera una correa de cuero, a lo que Chonita intuía que de que con ella recibiríamos un castigo, mientras yo me excusaba argumentando a mi favor que no había falta que castigar, ella observaba las correas, que por cierto eran de diferente tamaño y después de un rato abría un cajón donde guardaba lo de mercería y sacaba unas cintas de zapatos y decía: llévele a su abuelo estas cintas y dígale que ya se vendieron todas las correas, que es lo único que hay, y gustoso le llevaba las cintas y al abuelo no le quedaba otra más que decir: póngale las cintas a sus zapatos para que no ande chancleando.

Personas como mi tía Chonita jamás se pueden olvidar, viven en el corazón de todos los sobrinos, que más que vernos como tal, nos veía como hijos.
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