Cuando niño, me preguntaba por qué lloran los abuelos, sobre todo las abuelas, y es que mi abuela Isabel, madre de mi progenitora, solía llorar cuando llegábamos a su casa para pasar el fin de semana, pero lloraba aún más, cuando teníamos que despedirnos el domingo por la tarde; mi abuelo materno de nombre Virgilio, era más duro para soltar el llanto, pero años después, en las despedidas de las vacaciones de verano, curiosamente siempre sacaba un pañuelo de la bolsa de su pantalón y hacía como si se limpiara la nariz, pero el enrojecimiento de sus ojos siempre lo delataba. Cuando le preguntaba a mi madre: ¿Por qué lloran los abuelos? Pareciera que esa frase tuviera un potente efecto lacrimógeno, porque mi madre inmediatamente se ponía a llorar. Muchos años después, mi mejor amigo Antonio A. Beltrán Castro, quién me llevaba diez años de edad, al entrar a la edad de oro, empezó a tener una alta sensibilidad a ciertas frases, escenas de cine o de teatro, incluso, cuando escuchaba música clásica o algunas áreas de ópera, y siempre le pregunté: ¿Por qué lloras? Pero nunca me dio una respuesta contundente, me decía, después te explico. La respuesta me llegaría con el tiempo, por las mismos motivos por los que lloraban mis abuelos, mi madre y mi mejor amigo; cuando me volví muy sensible a determinadas, frases, escenas de cine, despedida de familiares, incluso, a variaciones del tiempo, sobre todo, a las que se relacionaban a días sin sol, o con el caer de la lluvia, o el mismo olor de la tierra mojada, también me ocurría con la lectura de una vieja carta, o al escuchar una vieja canción, o al observar fotografías de antaño, siempre me pasaba lo mismo, inexplicablemente, lloraba, y me pregunté muchas veces: ¿Qué me está pasando? y con el tiempo llegué a la siguiente conclusión: El llanto en la edad de oro, es el resultado de la evidente expresión, del genuino amor que sentimos, por todos aquellas personas que amamos; es un momento de duelo temporal, que le permite a nuestro corazón, tener la esperanza de volver a vivir todo aquello que nos ha hecho tan felices en la vida; es también, una ventana para ver el futuro de una fértil semilla, que fue sembrada por Dios en el vientre de una madre amorosa, para darle continuidad a la más grandiosa obra de su creación, que se sensibiliza poco a poco, entre la alegría y el dolor, para llegar renovada a un fin, que es el principio de una nueva vida en la eternidad tan anhelada.
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