El viento movía vigorosamente las ramas que se encontraban en lo más alto de aquel enorme árbol que se encontraba en lo que yo llamaba el paraíso; de pie frente a él, me preguntaba, si era aquella una caricia proveniente de la mano de Dios, así como lo era la mano de mi amorosa madre cuando movía mis cabellos en mi niñez; imaginaba entonces que esto se traducía como una muestra de su aprobación y orgullo, al verme crecer física y mentalmente a su plena complacencia, preguntándome, si el pensar en ello era un sentimiento egoísta de mi parte, al sentirme en ese momento el único dueño de aquella milagrosa caricia, que era como un divino puente que se tendía en el infinito, para llegar a conocer al Creador de todo cuanto existe y ha existido. Mi cabello, entonces abundante, era pues como aquellas resistentes ramas que exhibían el verdadero color natural de la vida, y la vida para mí en aquel momento, me presentaba como un pequeño brote de la misma, en el cual, mi madre había depositado lo mejor de sí, desde mi incipiente creación en el cálido lecho amoroso de su vientre, alimentándome con su bendita savia, y una vez conformado a su imagen y semejanza, me condujo por el camino hacia la luz, no sin antes soportar la queja de su cuerpo, que dolorosamente lloraba lágrimas de sangre.
El viento mueve ahora mi conciencia, porque mi cabello con cada caricia de la mano de Dios se ha ido desprendiendo, para cubrir el suelo por donde los pies descalzos de mi madre no sean heridos por las espinas que se desprendieron de mi cuerpo, debido las desilusiones que pude haberle causado, por olvidar, en ocasiones, cuál era el verdadero motivo de mi existir y de mi presencia en esta tierra.
Qué me mueve hoy, cuando tuve que hacer mi propio camino para conocer cuál es mi destino, cual mi misión tan controvertida, cuando me he dejado en abrazar por el mundo, soltándome de la mano de mi Señor, pero él no soltando la mía y permitiéndome seguir la luz que un día me mostró el camino de la verdad y la vida.
Perfecto y bueno sólo es Dios, pero no se me olvida que en la vida no se mueve una hoja del árbol sin su voluntad divina.
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