Hace tiempo descubrí que el mejor regalo que una persona con una necesidad específica puede recibir, dista mucho del valor económico de las cosas materiales obsequiadas; en mi caso, el regalo consistió en un mensaje escrito que mi padre me envió cuando me encontraba estudiando la carrera de medicina, y el estar fuera de casa hacía recurrente un sentimiento de orfandad debido a un supuesto rechazo paterno durante mi infancia y la adolescencia; recuerdo que cuando me entregaron aquel escrito y reconocer la letra de mi padre, al leerlo me bastaron unas cuantas palabras para regresarme la confianza y alejar el negativo pensamiento del desamor y recuperarme del peso de la depresión y la ansiedad que amenazaban con radicar permanentemente en mi estado emocional.

Antes de formar nuestro hogar, mi ahora esposa y yo, teníamos una amplia comunicación por carta, ella se encontraba trabajando en Reynosa y yo estudiando en Tampico, las misivas resultaban sanadoras y acortaban la psicológicamente la distancia, una vez casados yo seguí escribiéndole cartas pues deseaba que permaneciera esa maravillosa sensación se sentirse siempre unidos, después me dio por escribir en un diario personal, y posteriormente a publicar artículos relacionados con los valores en las relaciones humanas, las pareja, la familia, la amistad, el compañerismo laboral, la espiritualidad, el humanismo; más adelante, cuando creí que ya había superado la sensación de orfandad paterna, empecé a evidenciar de nuevo una inquietud más profunda sobre  ese sentimiento, fue entonces cuando inicié una comunicación más estrecha con Dios a través de las palabras; yo exponía mi necesidad escribiendo artículos periodísticos y Dios me hacía llegar las respuestas a su manera; cuando tuve plena conciencia de lo que estaba sucediendo, reafirmé lo que había descubierto desde la primera vez: “Padre, una sola palabra tuya bastará para sanarme”.

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