La conciencia no nos permite aceptar que hemos estado fallando, que a pesar de las reformas y más reformas que se hacen a la Carta Magna, no podremos escapar de nuestra incapacidad para cambiar lo que realmente se tiene que cambiar, para hacer efectivos todos nuestros derechos humanos.

Un día, cansado como siempre,  caí temprano en la cama y el sueño que se apoderó de mi voluntad se tornó pesadilla, me vi en aquel páramo  desértico donde la vida del planeta agonizaba, he ahí, que al no tener compañía, hablaba con mi yo de las ideas que parecen geniales, pero éstas no aterrizaron, también, de los objetos que consideras indispensables para realizar tus actividades con eficiencia y eficacia, pero que en realidad no  lo fueron tanto, de cuando fue mucho el tiempo que le robaste a tu descanso para mantener un supuesto orden en tu vida  y ahora con dificultad vives un día sin sentir fatiga. Ese tema, forma hoy parte de los diálogos de las personas que, sin desearlo, tuvieron que aceptar que, de no hacerlo, no hubieran podido llegar al aquí y al ahora, pero que con resignación viven el desgaste que es hoy motivo de su pesar o su queja.

Si alguna vez consideraste que vivías con plena libertad, a medio siglo de distancia de tu primera vez, como parte de una generación que fue creada y pensada para prestar servicios generales y que, como toda pieza de la gran maquinaria de la producción, llegaría el momento en que debería ser remplazada, para que ésta no se detuviera, porque sin darse cuenta, todos, absolutamente todos, formamos parte de la maquinaria del gran reloj burocrático.

Como película en blanco y negro, la vida de todos se mueve, y movía, en un entorno sumamente tóxico, respirando el enrarecido aire rebosante de partículas contaminantes, que impide a la luz purificadora venida del cielo, el darle sustento a la vida en el planeta.

¡Oh! que terrible pesadilla, y no tener fuerza suficiente como para interrumpir el sueño, para sacudir el polvo que como segunda piel se adhiere a nuestro cuerpo y nos hace sentir doblemente pesados, doblemente cansados, doblemente angustiados.

Despertemos pues a la realidad, procuremos cambiar y reconozcamos nuestra culpa, empecemos a generar acciones y pensamientos positivos, empecemos a vibrar alto para que de aquel desierto, brote el manantial de esperanza para regenerar la vida que nos permite existir, para ser y para estar.

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