¿Qué la vida te ha pegado? No hombre, la vida no pega, somos nosotros los que nos topamos con obstáculos, algunos los ignoramos y les sacamos la vuelta, otros, los saltamos, pero la mayoría de las veces solemos tropezarnos con ellos y caemos, pero como buenos hombres de fe, sacudimos el polvo de nuestra ropa y seguimos adelante o nos regresamos, todo esto por voluntad propia, de hecho, una importante cantidad de obstáculos, son puestos a voluntad, son aquellas situaciones que requieren de nuestra intervención y no debemos posponer, pero que nos resulta más cómodo hacerlo, entonces, lo que debería de ser sencillo, se empieza a complicar y al ocurrir esto, buscamos la manera de encontrar pretextos o buscar culpables para tratar de eludir nuestra responsabilidad.
¡Ah, que esta nuestra conciencia! siempre está presta a recordarnos que debemos tener firmeza en nuestros propósitos y no dejar para mañana lo que se puede hacer hoy, en fin; de eso platicábamos mi primo Gilberto y yo aquella mañana cuando discutíamos qué parte del solar, propiedad del abuelo Virgilio, limpiaríamos cada quien, pues el terreno era extenso, aunque no tanto como para no cumplir la encomienda , no en un día, tal vez en una semana, porque dentro de las acciones, se tendría que hacer limpieza, y esto incluía tomar el azadón para retirar la maleza, barrer la hojas que caían de los árboles de naranja, mandarina, nísperos, guayabos, perales y del único palo santo o persimón, ah, y de las dos plantas a las que llamábamos pata de vaca, estas dos, las había plantado la abuela Isabel en unas jardineras que distaban 15 metros de la puerta de entrada al solar; también había que recoger las hojas y meterlas en costales, después, hacer los canales de riego para hacerles llegar agua a los árboles frutales, proveniente de las pilas de almacenamiento. Pero mientras nos poníamos de acuerdo, Gilberto y yo, tratábamos de entender todas aquellas cosas que habíamos vivido en el seno de nuestras familias y que nos parecían inquietantes, discordantes y hasta injustas, y donde tratábamos de buscar una justificación con suficiente peso, como para hacer valer nuestro derecho a opinar sobre ello, pero, que por respeto y disciplina, deberíamos de acatar; y resulta que después de analizar un buen rato la situación, ambos llegábamos a la conclusión de que después de todo, el trabajo era divertido y gratificante, sobre todo, cuando los abuelos nos daban el visto bueno y como premio Don Virgilio nos daba permiso de darnos un chapuzón en las pilas, mientras que nuestra adorada Chabelita, que bien que fingía y hacía honor al significado de su nombre en nuestra cultura por ser valiente, inquieta, solitaria, corajuda y revolucionaria, nos esperaba para apapacharnos en el comedor y deleitarnos con el sabor de sus guisos.
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