Un día me dejé caer, de mis más caros anhelos, a la tierra del desencanto, me cansé de tanto subir escaleras sorpresivas y de recibir empujones de aquellos que valiéndose de su astucia encontraron un atajo para acortar el camino y llegar primero a lo que creía me pertenecía.

Un día mi cuerpo, simplemente mostró su desacuerdo y rompió la alianza entere la mente y el espíritu; la mente atemorizada ante el quebranto del cuerpo, decidió ser su cómplice para abandonar la búsqueda de lo que parecía inalcanzable, pues era más deseable seguir por el camino de las rutinas y del conformismo puro, que el cumplir con los deseos del entusiasta y persistente espíritu al que consideraba necio; más la mente sabía que el espíritu lleno de sabiduría, por pertenecer al mismo origen de la vida, trató de minimizar su osadía y le preguntó en un tono por más decente  y conciliador: ¿Sabiendo que para ti no hay secretos, me invade la duda y me pregunto, por qué conociendo mi potencia y función tan selectiva, no me dejas indagar en la conciencia ilustrativa, para encontrar una respuesta a lo que consideras una prioridadsuperlativa; más el espíritu reinante, de edad incalculable, pleno de sabiduría, sin buscar un desacuerdo, ponía con sutileza a cada quién en el lugar que le correspondía, de tal manera, que el cuerpo, que pensaba que ya no resistía se preguntó a su vez, por qué lo hacía, y la mente con el ánimo desafiante por sentirse muy importante, disimulando buena educación y cortesía, se puso a pensar al instante, que toda su vitalidad y energía, realmente se la debía a un poder más grande y dominante, por ello, su proceder no tenía fundamento o valía, por lo que le concedió la razón al espíritu conciliador, quién para dar terminado el encuentro, sin más explicación, regresó a la mente y al cuerpo, la paz y la armonía, al tocar con amor el corazón.

Recuerdo muy bien ese bendito día, cuando pensé que, al perder mis anhelos, perdería también la esperanza y la ilusión de encontrar la razón de ir al encuentro de la verdad, y de estar abatido, mirando al suelo, levanté lentamente la cabeza tratando de ver el rostro de mi benefactor, siendo casi cegado por tan intensa luz, alcanzando a ver a Jesús, tan adorado redentor, al lado del Padre, todo amor, y del Espíritu alentador de la vida, fundirse, para formar el divino trino en un solo Dios.

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